Anguera, M.T. (1999). Hacia una evaluación de la actividad cotidiana y su contexto: ¿presente o futuro para la metodología?

Discurs d'ingrés com acadèmica numeraria electa. Barcelona: Reial Acadèmia de Doctors. [Reimpreso (2001) en A.Bazán Ramírez y A. Arce Ferrer (Eds.), Estrategias de Evaluación y Medición del Comportamiento en Psicología (pp. 11-86). México: Instituto Tecnológico de Sonora y Universidad Autónoma de Yucatán].

 M. Teresa Anguera Argilaga

Facultad de Psicología

Universidad de Barcelona

 

1.      ¿Qué entendemos por actividad cotidiana?

2.      La conducta cotidiana en interacción con el ambiente

            2.1. Vicisitudes históricas de la conceptualización interactiva ambiente-conducta

2.1.1. Marco amplio de referencia

                        2.1.2. Caracterización del entorno en la actividad cotidiana

2.2. Pautas para el estudio ambiente-conducta en la vida cotidiana

3. Delimitación de unidades de conducta

4. Enclave de opciones metodológicas para el estudio de la actividad cotidiana

            4.1. Perfiles diferenciadores de posiciones antagónicas

                        4.1.1. Adecuación y posibilidades de la metodología cualitativa en una primera fase

                        4.1.2. Caracterización y aplicación de la metodología cuantitativa en una segunda fase

            4.2. Posición metodológica privilegiada

                        4.2.1. Uso complementario de opciones metodológicas

                        4.2.2. Priorización de la metodología observacional

5. Evaluación de baja intensidad interventiva

            5.1. Criterios básicos

            5.2. Diseños adaptativos

            5.3. Conflictos entre la praxis y los requisitos metodológicos

6. Epílogo: ¿Realidad actual de la metodología o reto para el futuro?

7. Referencias

  

1. ¿Qué entendemos por actividad cotidiana?

 La aparente simpleza del término nos cautiva, precisamente por su densidad y la carga semántica que puede albergar. En cualquier ser humano algunos días de su vida han tenido un especial significado, en ellos han ocurrido eventos de su esfera personal, familiar, profesional o social que tienen una concreta ubicación en un calendario y que frecuentemente han constituido un referente gozoso o desdichado, trascendente o que quisiéramos olvidar, pero casi nunca indiferente.

 Pero si separamos estas fechas concretas, miles de días y millones de horas ocupan la actividad cotidiana de un individuo. Cotidianeidad que por supuesto no es estanqueidad en un quehacer constante, no es quedarse anclado en un día “tipo”, y no es tampoco –al menos no debiera serlo- sumirse en una atonía monocorde y aburrida que olvida el movimiento constante del péndulo y el avance de las manecillas del reloj.

 La actividad cotidiana supone un avance continuado en el tiempo en donde se suceden diversas conductas, homogéneas o dispares,  es un recorrido por el curso vital de cada uno, es un proceso dinámico sumamente complejo del que en muchas ocasiones no somos conscientes de cuánto alberga. El análisis de la cotidianeidad implica una contemplación de conductas diversas desde distintos niveles que se sitúan en una estructura piramidal. Si nos situamos en la cúspide de la pirámide, mediante la cotidianeidad se avanza en la trayectoria vital de cualquier individuo de acuerdo o no con su potencial o real proyecto de vida, con todas las tonalidades de grises que quepan entre el blanco y el negro relativos a la presencia o ausencia de uno o varios proyectos. Al descender en la pirámide desglosamos la cotidianeidad en diferentes planos (familia, profesión, relaciones sociales, ocio, ...) y la contemplamos desde diferentes ámbitos transversales (salud, afecto, tensión, satisfacción, conflictos, ...). A medida que seguimos descendiendo, se va desvelando una estructura arbórea que muestra cómo se siguen subdividiendo jerárquicamente los estratos que seccionan la pirámide, manifestándose un amplio espectro de posibilidades desde situaciones en las que interrelacionan conductas tendentes a la molaridad con los contextos en que se producen, hasta la base de la pirámide, que se halla conformada por una infinita variedad de conductas perceptibles cada vez más moleculares.

 Al pretender la evaluación de la actividad cotidiana y su contexto se imponen dos claras acotaciones a tener en cuenta, una de carácter sustantivo o de contenido, mientras que la segunda será procedimental o metodológica.

 La primera decisión a adoptar, la de carácter sustantivo, consistirá en la delimitación temática de la actividad cotidiana (comportamiento perceptible del día-a-día) que nos interese evaluar, y deberá contemplarse en interacción con el entorno. Es decir, al objetivo posible de evaluación le afectarán tres únicas restricciones: Su carácter perceptible, el hecho de que forme parte de la vida cotidiana de un individuo, y la relación interactiva ambiente-conducta (apartado 2). Cumplidas todas ellas, se puede ya delimitar el dominio temático que nos planteamos someter a evaluación. Como consecuencia, nos preguntamos ¿qué conductas? Nos interesan todas las que tienen un carácter perceptible, y, por consiguiente, las que captamos a través de nuestros órganos sensoriales (esencialmente vista y oído), aunque es obvio que no cubren el contenido semántico de la cotidianeidad, pero sí el de la cotidianeidad que percibimos. Ésta se halla conformada por innumerables conductas de contenido sumamente diversificado y de amplitud igualmente diferenciada, haciendo gala del carácter relativo de molaridad y molecularidad, así como de su ubicación en algún lugar del rico espectro que contempla infinitas combinaciones entre ellas. 

 La segunda acotación es metodológica, por lo que nos planteamos para la evaluación de la actividad cotidiana la siempre difícil segmentación en unidades de conducta (apartado 3), conectada indudablemente a una segunda decisión acerca de la vertiente predominante en la complementariedad entre lo cualitativo y lo cuantitativo, y asimismo piedra sillar de la actividad evaluadora hacia la que nos dirigimos. Estas dificultades anunciadas nos llevan a formular serios interrogantes para los que no sabemos si existe respuesta, aunque lo intentaremos, así como a revisar posicionamientos tradicionalmente heterodoxos que posibiliten, desde la metodología, combinar en un feliz anclaje una amplia flexibilidad propia del análisis de lo cotidiano con el rigor del método científico.

 

2. La conducta cotidiana en interacción con el ambiente 

 Se parte de la consideración del ambiente en la Psicología actual como marco amplio de referencia que estudia las relaciones existentes entre la conducta y el entorno físico, entendido éste como el conjunto molar compuesto por los lugares definidos en el espacio en que ocurren diferentes actividades humanas que caracterizan el comportamiento diario del individuo.

 Este planteamiento da lugar al establecimiento de una serie de propuestas metodológicas de carácter general y otras específicas. Respecto a las primeras, se tiene en cuenta la aplicación concurrente de varios criterios que permiten acotar enormemente la cuestión relativa a la interacción ambiente-conducta y, consecuentemente, reducir el problema, y además  facilitan que el segundo tipo de propuestas metodológicas, las de carácter específico, se utilicen con mayor grado de adecuación.

 

2.1. Vicisitudes históricas de la conceptualización interactiva ambiente-conducta

 Como punto de partida, consideramos la Psicología Ambiental como marco amplio de referencia que estudia las relaciones existentes entre el individuo y su medio ambiental, término éste muy amplio e impreciso, y que, según el Oxford Dictionary, es todo aquello que nos envuelve, especialmente "los condicionantes e influencias en que se desenvuelve o vive una persona". De hecho, y según Craik (1973) y Lee (1981) resulta más informativo decir que la Psicología Ambiental se ocupa de los diferentes conceptos creados por el individuo como representaciones del espacio y de las respuestas del ser humano ante la multitud de estímulos a que se halla sometido cuando se desplaza selectivamente dentro de los intervalos comprendidos entre los objetos, sean éstos atractivos o repulsivos. Profundizando más, el individuo no tiene una relación pasiva y unilateral con su medio ambiente, sea artificial o natural; es un organismo activo, capaz tanto de seleccionarlo como de modificarlo en su vida cotidiana.

 A fin de especificar la primera expresión, puede afirmarse que la Psicología Ambiental permite estudiar las relaciones entre la conducta y el entorno físico –y, por ende, la cotidianeidad-, entendido el entorno físico como el conjunto molar compuesto por los lugares definidos en el espacio en que ocurren diferentes actividades humanas que caracterizan el comportamiento diario del individuo.

 Pero, precisamente por concretar más, resultan necesarias varias matizaciones con el fin de evitar cualquier distorsión en su interpretación. Esencialmente nos referiremos a dos de ellas: 1) Datos -que resultarán claves a nivel metodológico para la posterior configuración de un esquema básico- que permiten trazar un sucinto bosquejo a modo de marco amplio de referencia, y 2) caracterización del entorno como marco en el cual se desarrolla la conducta cotidiana.

 

2.1.1. Marco amplio de referencia

 Es precisamente la existencia de un marco amplio de referencia  lo que permite la coordinación de diferentes perspectivas. Precisamente algunos datos que juzgamos especialmente significativos sobre la propia trayectoria histórica (Anguera, 1991a) seguida han contribuido a que se pueda poseer dicho marco de referencia sobre la base de un abanico de diferentes tendencias y orientaciones que han jalonado su curso desde su inicio, que se sitúa hacia mitad del siglo XX.

 Quizá porque en aquel momento la enfermedad mental era un problema importante en el cual el espacio y la posibilidad de realizar ciertas conductas eran elementos críticos, resultó que el hospital psiquiátrico se convirtió en un importante "locus" para tales comienzos, y así, un grupo de psicólogos del Topeka State Hospital en Topeka, Kansas, conjuntamente con un arquitecto, recogían datos observacionales a partir de los pacientes y del personal como elemento base para diseñar un nuevo hospital psiquiátrico. Al mismo tiempo, Ittelson (1960), con Proshansky, Ittelson y Rivlin (1970), iniciaba un programa de investigación sobre la influencia del diseño del edificio (hospital mental) en la conducta de los sujetos. Estos primeros pasos implicarían la revisión de literatura entonces relevante y el desarrollo de otra nueva que, a su vez, iba guiando la formulación específica de problemas de esta índole, iniciándose ya en 1962 una primera investigación sistemática que dio lugar a la obra de Proshansky, Ittelson y Rivlin (1970) de forma parecida a la llevada a cabo por Osmond (1957) o por Sommers & Osmond (1961), además de otras centradas en el concepto de territorialidad (Sommers & Ross, 1958).

 También aproximadamente de forma simultánea, en Centroeuropa surgían intereses paralelos, y se consolidaban equipos multidisciplinares formados principalmente por psiquiatras y arquitectos que trabajaban en la misma dirección al servicio de la Organización Mundial de la Salud (Baker, Davies & Sivadon, 1960). De allí a la incorporación de psicólogos ya sólo distaba un pequeño paso (Bailey, Branch & Taylor, 1961), así como cientificos verdaderamente preocupados por la enorme incidencia del espacio.

 En efecto, Hall (1959, 1966), antropólogo, sensibilizaba de forma contundente respecto a la incidencia del marco físico en la conducta y la adquisición de un buen número de experiencias, con las que se introducía el término de proxemia para definir las observaciones interrelacionadas sobre cómo los sujetos aprovechan el espacio, lo cual permitía distinguir entre los arquitectónicos o fijos, que actuaban de forma normativa para la organización de actividades de los individuos y grupos, establecimiento de distancias, zonas y ángulos de orientación e interacción social, y, a su vez, de elemento desencadenante para nuevos intereses, que no eran otros que los del espacio urbano, con toda la problemática que conllevaría a nivel de su representación (Lynch, 1960; Appleyard, Lynch & Meyer, 1966) y de confección de mapas cognitivos (Aragonés, 1983), así como de sus relaciones con los conductuales (Riba, 1985).

 Ya en la década de los sesenta se desarrolló aceleradamente el campo de la Psicología Ambiental ("environmental psychology"), sustituyendo al de "man-environment relations" (Ittelson, 1964; Studer, 1966), y también al de Psicología Arquitectónica ("architectural psychology"), a la vez que se deslindaban los ámbitos de forma mucho más matizada (Alexander, 1964; Fitch, 1965), implantándose la idea de que debían estudiarse los patrones de conducta a través de unidades de análisis correctas que incorporaran los marcos físicos en la observación de la conducta cotidiana.                

 Mientras, el crecimiento de la Psicología Ambiental estaba movilizando tanto a científicos de la conducta como a arquitectos respecto a problemas más específicos, como trabajos de territorialidad y apiñamiento en ratas (Calhoun, 1962, 1964), interacción social, distribución del espacio en instituciones geriátricas, etc., a la vez que se incorporaban geógrafos que se interesaban por aspectos conductuales de marcos geográficos amplios, detectándose un avance progresivo en el planteamiento y estrategia de tales investigaciones, pudiendo citar, como representativas, las de Gans (1959, 1961), Winker & Sasonoff (1965) Altmann & Haythorn (1967), Lowenthal (1967), Izumi (1970), Esser (1971), Gutman (1972), y debiendo aquí destacar, por su relevancia e incidencia posterior, la aportación de Barker (1963, 1968) y sus seguidores, dado que al hallarse la Psicología Ecológica muy relacionada con la definición de marcos como base para la organización de actividades humanas desde los niveles social y cultural, empieza a recabar la atención la necesidad de un estudio sistemático y más riguroso del "transcurrir" de los marcos naturales.

 En 1967, un equipo de estudiosos del tema en la Universidad de Utah (Salt Lake City) iniciaron la publicación de Architectural Psychology Newsletter, que posteriormente, con la incorporación de Esser y su pequeño grupo, dio lugar a la revista Man-Environment Systems, publicada en Orangeburg (New Jersey), y que actuaba como portavoz de la Association for the Study of Man-Environment Relations. Sus aportaciones se complementaban con la publicación periódica inglesa Architectural Psychology Newsletter, que surgió en 1969, y la norteamericana Environmental Sociology Newsletter, desde 1974. Dado que en los años inmediatamente anteriores los trabajos conceptuales y empìricos en Psicología Ambiental se habían publicado en revistas científicas diversas, como Journal of Social Issues, Representative Research in Social Psychology, o incluso en American Psychologist -el famoso trabajo de Wohlwill (1970) sobre "The emerging discipline of Environmental Psychology"-, en Science (Milgram, 1970), o en Annual Review of Psychology (Craik, 1973; Stokols, 1978), quedaba definitivamente establecida la nueva disciplina con posibilidades reales de difusión y un número de personas interesadas en ella.

 Un nuevo impulso se le daría al fin de la década de los sesenta y comienzo de la siguiente con la aparición, en 1969, de nuevas publicaciones periódicas de prestigio, como Environment and Behavior, de Design and Environment, el mismo año, y la posterior de Nonverbal Behavior and Environmental Psychology. Se había llegado ya a un punto en donde el proceso era irreversible, dada la eclosión de publicaciones que convergían desde ángulos diversos.

 Otro factor interesante que compartía la responsabilidad en cuanto al avance a producirse eran las conferencias, symposiums, reuniones científicas o congresos que ponían en contacto a científicos interesados y se propiciaban sus discusiones. Algunas de ellas fueron especialmente relevantes, como la Second Conference on Architectural Psychology (1966), la Dalandhui Conference on Architectural Psychology (1970) (Canter, 1970), la Architectural Psychology Conference at Kingston Polytechnic en 1971 (Honikman, 1971), la Architectural Psychology Conference at Surrey en 1974 (Canter & Lee, 1974), la emergencia del grupo Environmental Design Research Associates (EDRA), igualmente interesado en problemas de la conducta en interacción con el entorno, y que se reuniría periódicamente (Sanoff & Cohen, 1970). Y destacamos la celebración en España en 1982 de la VII Conferencia Internacional sobre el Hombre y su Entorno Físico (IAPS) (Pol, Morales y Muntañola, 1984).

 Como fiel reflejo de la emergencia de esta nueva disciplina se formó el grupo Task Force on Environment and Behavior en 1973, que impulsó la idea, y consiguió que se constituyera una División -Division 34- en la American Psychological Association (A.P.A.), denominada "Population and Environmental Psychology", que marca su definitiva institucionalización.

 De forma complementaria, entre 1960 y 1970 se introdujo la Environmental Psychology como especialización en diversas Universidades (Utah, New York, Vancouver, Irvine, Arizona, Harvard, North Carolina, Berkeley, Los Angeles, Clark, Lawrence, etc., en E.E.U.U., y Surrey en Inglaterra) a nivel de Licenciatura, y también líneas de especialización en Doctorado en New York, Pennsylvania y Wisconsin.

 En este primer gran tramo de su historia, se había constituido, pues, un sólido bagaje con un contenido rico y ciertamente diversificado, y no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa (Pol, 1988). Con el fin de establecer la identidad de las diversas direcciones que confluían, debía de partirse de una sistematización de los conocimientos incorporados, y ello corrió especialmente a cargo de Sommer (1969), Proshansky, Ittelson & Rivlin (1970), Wohlwill & Carson (1972), Ittelson, Proshansky, Rivlin & Winkel (1974), Moos & Insel (1974), Altman (1975), Stokols (1976), Altman & Wohlwill (1977), Proshansky & O'Hanlon (1977), y otros.

  

2.1.2. Caracterización del entorno en la vida cotidiana     

 Además del entorno "físico" entendido de forma restringida, como pudiera erróneamente parecer, existen otros niveles de entorno "físico", considerado con criterio lato, que se han referido tradicionalmente a cualquier elemento perceptible (variables de comportamiento, estructura organizativa, variables demográficas, etc.), e incluso de carácter encubierto al entenderlo como conjunto molar compuesto por los lugares definidos en el espacio en que ocurren diferentes actividades humanas que caracterizan en cualquier caso el comportamiento diario del individuo.

 Ello sugiere que nos preguntemos brevemente por el propio concepto de espacio.

 A partir de la diferenciación antiquísima entre espacio absoluto y relativo, se ha considerado como un marco que existe independientemente de nada contenido en él, por una parte, y como expresión de una serie de relaciones entre objetivos por otra, respectivamente. Desde este segundo punto de vista, resulta obvio que el espacio cambia a consecuencia de las alteraciones en la posición de los objetos.

 En una rápida ojeada histórica desde las raíces filosóficas del problema, el concepto de espacio absoluto ha estado representado por los trabajos de Platón y Clarke, y el de espacio relativo por los de Leibnitz y Kant, mientras que en Física se produjo igualmente un cambio evidente desde la noción de espacio absoluto sostenida por Newton hasta la de espacio relativo de Einstein.

 Esta diferenciación ha tenido realmente tal importancia que se la puede considerar como la segunda en lo que se refiere a las definiciones de espacio (Cassirer, 1950; O'Keefe & Nadel, 1971), y es interesante hacer notar que a pesar del pluralismo conceptual tanto en Física como en Filosofía, buena parte del trabajo psicológico en conceptos espaciales (Piager & Inhelder, 1947) parece que asuma implícitamente que el concepto maduro de espacio es (y tendría que ser) un modelo absoluto y euclidiano.

 Si, por otra parte, consideramos el espacio relativo, tiene que incluirse la distinción adicional del "lugar", con lo que se derivará a la vez la diferenciación entre "entorno" y "abstracción espacial", es decir, entre los lugares o emplazamientos en particular, y los conceptos espaciales o abstracciones en general, lo cual es básico reconocer. A nivel ya propiamente psicológico, se deriva respectivamente una concomitancia con los términos de espacio psicológico y espacio físico. En este sentido, O'Keefe & Nadel (1971, p. 6-7), definen el espacio psicológico como "cualquier espacio que se atribuye a la mente (...) y que no existiría si las mentes no existiesen (...). En contraste, el espacio físico es cualquier espacio atribuido al mundo externo independientemente de la existencia de mentes". A pesar de la dicotomía marcada, también el espacio físico tiene que incluirse en el objeto de estudio de los psicólogos que creen que el espacio psicológico se aprehende directamente del espacio físico, pero como éste no se puede medir independientemente de la mente, se esfuma en el sentido de la diferenciación entre ambos.

 Como en muchas otras áreas, hay tres posiciones epistemológicas radicalmente distintas respecto a la ontogenia del espacio psicológico:

 a) La empirista, según la cual el espacio psicológico derivaría directamente de la experiencia con el espacio físico, y, por tanto, el espacio psicológico sería una copia del físico, y de aquí isomórfico con él;

 b) la nativista, por la que el desarrollo del espacio psicológico estaría determinado por la dotación heredada del organismo, y, por tanto, los individuos se hallarían genéticamente equipados (ya sea de simples estructuras o de mecanismos sensoriales especializados, según las diversas modalidades de esta posición); y

 c) la constructivista, según la cual el espacio psicológico se hace (se construye) activamente por el sujeto, por lo que interactuarían factores heredados y experienciales. Es desde esta última, donde se halla el mayor arraigo de la Psicología Cognitiva, donde se derivarían conexiones relativas a la incidencia que puede tener la revisión de las teorías del esquema (en el ámbito de la memoria), de las imágenes mentales y de los estilos cognitivos, así como sus interrelaciones.

  Por lo que se refiere al entorno físico hay que tener en cuenta que la percepción, representación, diseño y uso del espacio surgió espontáneamente de varias disciplinas. Mientras los psicólogos cognitivos han estado interesados en cómo los individuos representan su entorno espacial y cómo manipulan estas representaciones, los psicólogos evolutivos han tratado de explicar el desarrollo de los cambios interpretativos a lo largo del ciclo vital, los geógrafos se han centrado en cómo los sujetos construyen representaciones internas de lo que les envuelve e interpretan y utilizan mapas ya elaborados, profesionales como urbanistas y arquitectos trabajan a partir del diseño actual de los distintos entornos, y cada vez con mayor conciencia y sensibilización por la creciente necesidad de tener en cuenta los factores psicológicos que influyen en cómo puede ser utilizado el espacio, y, por fin, los psicólogos ambientales tratan de conocer cómo percibimos el hábitat que nos envuelve y la forma en que dichas percepciones afectan nuestra conducta desde perspectivas muy variadas.

 Dado que desafortunadamente no se han presentado más que de forma anecdótica ciertas oportunidades para un diálogo entre integrantes de estas diversas disciplinas, muchas de las conceptualizaciones,  estrategias metodológicas y técnicas propuestas que proceden de una de ellas han sido reinventadas por miembros de otra(s).

 

2.2. Pautas para el estudio ambiente-conducta en la vida cotidiana

 A lo largo de estos breves apuntes históricos es posible que se genere la pregunta sobre la naturaleza de las demandas existentes, cuestión muy relevante en relación a las metodologías que mejor se adaptan a cada una de las posibles situaciones a plantear en el ámbito de la relación ambiente-conducta en la vida cotidiana.

 Habría que encontrarse una respuesta a la necesidad, sentida de forma apremiante en instituciones como escuelas, hospitales, oficinas, factorías, teatros, etc., y también en zonas particulares, de abordar el estudio sobre cómo la distribución del espacio, las características del entorno, y su constancia o modificación ejercían una influencia sobre las conductas manifiestas de los sujetos que las habitaban, u ocupaban con asiduidad –y que denominamos actividad cotidiana-.  A ello habría contribuido, esencialmente, el período que siguió a la Segunda Guerra Mundial, con una expansión del deseo de acrecentar la calidad de vida y los esfuerzos por operativizarlo.

 De ahí que, como se ha indicado anteriormente, se formaran equipos multidisciplinares formados por psicólogos, arquitectos, geógrafos, psiquiatras, urbanistas, etc., dado que eran complejos los problemas a resolver, tanto en lo que se refiere a su faceta comportamental (por tener que conceptualizar y explicar la conducta humana) como de espacio físico.

 Se trataba de dos caras de una moneda que no tardarían en provocar una crisis -de crecimiento, por supuesto- en torno a 1970, que permitió un avance en la clarificación de ideas y en definir de manera nítida la(s) orientación(es) de la interacción conducta-ambiente, muy influida por cuestiones sociales (Pol, 1988).

 En efecto, sin que en este ámbito se acepte una diferenciación entre investigación básica y aplicada, se precisa de instrumentos metodológicos adecuados que permitan delimitar y esclarecer la naturaleza de las relaciones entre los sujetos y su entorno físico; se trata de definir, observar y analizar los eventos en el propio contexto en que ocurren.

 En primer lugar, habrá que fijar un listado de cuestiones a dirimir para que sea más fácil -o menos complejo-, establecer unos ejes de referencia en los que puedan ubicarse las innumerables cuestiones que se plantean en la interacción ambiente-conducta, así como articularse adecuadamente en su análisis evaluativo:

 A) En cualquier caso, lo que si es cierto es que se requiere una delimitación espacio-temporal-situacional del problema a estudiar:

 a. Espacial --> Aunque la más en boga sea la de espacio natural/construido, otras quizá han sido seguidas por poco número de investigadores, pero entiendo que funcionan, como la existencia vs. ausencia de límites con suficiente "opacidad" (ej.: casa de acogida, barrio de chabolas, etc., que, por supuesto, no se sustraen a la cotidianeidad de quienes residen allí), y, anidada en ella, tanto atributos propios del espacio físico considerados analíticamente, como configuraciones específicas de carácter espacial pero que se hallan revestidas de indudables connotaciones psicológicas a nivel de las transacciones sujeto-entorno; basta recordar en este sentido los denominados "espacio sociófugo" y "espacio sociópeto".

 b. Temporal --> Si al estudiar el ambiente es obvio tener en cuenta su carácter intrínsecamente dinámico, como igualmente lo es la sucesión de comportamientos, resulta evidente fijar unos límites temporales que acoten el flujo interactivo conducta-ambiente, posibilitando un estudio diacrónico en su transcurso (al margen de que, como veremos más adelante, se sugiera la posibilidad de considerar, y mejor de complementar, las perspectivas retrospectiva y prospectiva).

 c. Situacional --> Indudablemente se introduce aquí un componente de carácter psicológico, ausente en los casos anteriores. La delimitación situacional implica tanto el conocimiento de las personas presentes, actividad(es) realizada(s), como cualquier elemento característico que permite definir la situación de cotidianeidad.

 Un ejemplo acerca de la triple delimitación lo pueden constituir los "behavior settings" de Barker (1968), elementos centrales en la Psicología Ecológica que él propugnó, y estudiados con profusión (Hernández Hernández, 1985).

 Así, tal como fue concebido por Barker, los "behavior settings" constituyen partes del medio físico-social, gozan de extraordinaria plasticidad, y sustentan una relación sinomórfica establecida entre el soporte físico delimitativo y la(s) acción(es) desarrollada(s) que forman el flujo de conducta cotidiana. Los diversos componentes interactúan de forma ordenada, y la correspondencia entre las acciones del individuo y las características de los objetos físicos es lo que se denomina sinomorfia conducta-ambiente (Schoggen, 1983).

 Un marco de conducta tiene atributos estructurales y dinámicos. Desde la perspectiva estructural, un marco de conducta consta de uno o más patrones estables de conducta/medio, siendo el medio circumyacente y sinomórfico a la conducta. Desde la perspectiva dinámica, las partes conducta-medio de un marco de conducta tienen un grado específico de interdependencia entre ellos que es mayor que su interdependencia con partes de otros marcos de conducta. Wicker (1979) cita el ejemplo de que un restaurante McDonald podría ser un marco de conducta: Sus límites temporales y espaciales serían respectivamente las horas en que está abierto y sus paredes, y la situación vendría dada por las personas presentes (empleados, clientes), así como objetos de todo tipo, siendo la interacción entre sí la que tendría lugar desde la preparación de la comida hasta que ésta hubiese sido consumida. Y, por supuesto, forma parte de la vida cotidiana.      

 B) Una vez efectuada la delimitación mencionada, nos enfrentamos a la difícil tarea de establecer y fijar las unidades que nos permitan lograr una sistematización dentro de los márgenes de plasticidad que se requieren. En otras ocasiones nos hemos ocupado de esta cuestión (Anguera, 1985a), que juzgamos que consiste en uno de los mayores problemas pendientes en la interacción conducta-ambiente. Según Rosenblum (1978, p. 15), se trata de establecer, de "forma inambiguamente comunicable a otros" aquellos segmentos de conducta que son factibles de ser identificados y codificados ... Es evidente que una taxonomía de la conducta nunca es "completa" ni "correcta" en sentido estricto, y siempre existe un cierto sesgo; en idéntico sentido se manifiestan Bakeman & Gottman (1987). El primero y más difícil de subsanar es el uso del lenguaje descriptivo, ya que en sí mismo implica una selección y clasificación en cuanto a la naturaleza de los términos utilizados. 

 En sentido amplio, el entorno se compone de un número vitualmente infinito de estímulos discriminables, y una de las funciones a desempeñar es la de conseguir clasificaciones del entorno por las cuales estímulos no idénticos puedan ser tratados como equivalentes.

 La categorización de la conducta complementada con moduladores, por una parte, y la elaboración de formatos de campo, por otro, pueden considerarse en este sentido como los instrumentos que permiten obtener la descripción del entorno en términos conductuales, cualquiera que sea su nivel de complejidad (Anguera, 1990a, 1991b; Anguera y Losada, en prensa).                                                                  

 C) Con el fin de que la descripción de conductas cotidianas en relación con el entorno se pueda llevar a cabo con una cierta facilidad sugerimos la estructuración en forma de sistema jerárquico en cualquiera de los dos instrumentos adecuados para el estudio de la cotidianeidad (sistema de categorías con moduladores o formatos de campo), a los que nos referiremos posteriormente, en los cuales se disponen distintos niveles homogéneos en cuanto a la naturaleza de las categorías o códigos de formatos de campo, respectivamente, así como respecto a su amplitud. La adopción de este sistema jerárquico implica una gradación en el "continuum" de molaridad (nivel más alto) a molecularidad (nivel más bajo). Las relaciones de inclusión no son taxativas, y así, en un estudio sobre el uso del espacio en un determinado barrio, a una categoría o código relativo a mantenimiento de limpieza (en un nivel) le corresponderían, a otro nivel inferior, una serie (repertorio) de conductas específicas que corresponden a la función de limpieza antes indicada, si bien es de destacar que por la misma razón habrá conductas que no queden exhaustivamente asignadas a una categoría o código más molar.

 D) El grado de intervención es un criterio sumamente importante, y tradicionalmente la amplia gama de procedimientos que se sitúan entre la presencia y la ausencia de intervención del investigador o profesional ha conllevado enormes posibilidades en los diseños, aunque consideremos útiles y necesarias ciertas restricciones:

 La primera se sitúa a nivel de su habitual carácter de investigación naturalista, señalada enfáticamente por el propio Barker (1978, p. 36-37):

"Ecological problems and methods of science can be differentiated with precision from experimental problems and methods. Ecological phenomena occur without input from the investigator; they consist of things and events unchanged by the techniques used to observe them or by conditions imposed by the investigator (...)".

"Ecological approaches to scientific problems are not incomplete or defective experimental approaches. On the contrary, they provide knowledge that the best experimentation cannot provide, because experimentation by arranging conditions according to the concerns of the experimenter destroys the very thing an ecological investigation seeks to determine".

 Ello no significa que en ocasiones pueda desarrollarse un estudio en situación provocada o artificial, pero a sabiendas de su repercusión en la validez externa y ecológica, y máxime teniendo en cuenta el grado elevado de complejidad en la practica totalidad de las situaciones de vida cotidiana. En consecuencia, la metodología observacional, a la que nos referiremos en un próximo apartado, y a pesar de acertadas críticas que se le han formulado (en especial, la de su carácter periférico en el estudio del comportamiento humano, y, en virtud de la polémica existente en la actualidad, la todavía dudosa viabilidad de esta metodología en el análisis de conductas encubiertas), sigue siendo, con mucho, la que dispone de más posibilidades y ofrece mayores y mejores recursos procedimentales en el estudio de la cotidianeidad y las relaciones conducta-ambiente que en ella se establecen.

En definitiva, el papel del investigador en el marco natural tendría que ser cuidadosamente examinado con el fin de evitar cualquier tipo de manipulación, el cual distorsionaría las relaciones que se pretenden estudiar, y que se extienden en el espacio y tiempo (Proshansky & Altman, 1979). De aquí se deduce que el estudio debería realizarse "in situ", y en la mayoría de los casos respetando la naturalidad de la situación, por lo que la metodología observacional es la que mejor se acomoda al objetivo indicado[1], aunque por supuesto se pueden utilizar tanto la metodología selectiva como la experimental si en el objetivo se revela -sea explícita o implícitamente- una necesidad parcial o total de intervención respectivamente. 

 

3. Delimitación de unidades de conducta

 Se nos impone la importante tarea de acotar la realidad de la actividad cotidiana. Ésta es realidad pluriforme, a modo de poliedro de infinitas caras, pero que se puede desmitificar en cuanto nos centramos en casos concretos, por heterogéneos que sean. No en vano forman parte de la cotidianeidad actividades repetitivas diarias o actuaciones singulares, trayectorias urbanas macro en determinados medios de comunicación o trayectorias micro en nuestro lugar de trabajo, producciones verbales continuadas con desconocidos como forma habitual de interacción en el ámbito profesional o discusiones prolongadas en profundidad con un mismo interlocutor, y seguiríamos con un infinito espectro de posibilidades de carácter intermedio. Y los ejemplos se podrían multiplicar ad infinitum, dada la extraordinaria riqueza de datos, situaciones y contextos que nos ofrece la cotidianeidad.

 Inicialmente podemos contemplar la cotidianeidad como una larga “película de los hechos” que transcurre en una o varias ubicaciones espaciales, unos períodos temporales determinados –circunscritos unos a otros-, unos contextos sociales estables o cambiantes, y largas ristras o tandas de actividades absolutamente heterogéneas. Para pretender una futura evaluación de la cotidianeidad es preciso justificar el establecimiento de un rango jerárquico de unidades de conducta. Y para materializar este establecimiento se requiere la adopción de unos criterios-base sobre la segmentación de la conducta, la cual depende a su vez de la naturaleza de los parámetros del comportamiento que se poseen y de los fines específicos de la investigación (Scherer & Ekman, 1982), con lo que se establecerá el carácter predominantemente molar, molecular o mixto (Meazzini & Ricci, 1986) del sistema taxonómico, que está en estrecha relación con un nivel elevado o prácticamente inexistente de abstracción, el interés por una taxonomía predominantemente natural, estructural, o funcional y, de forma relativamente más distante, con la superposición de niveles en la estructura de la conducta al puntualizar su disposición jerárquica (Yela, 1974).

 En la base de tal diferenciación se sitúa la delimitación de los diferentes eventos de la vida cotidiana, y la consideración de la corriente o flujo de conducta como una secuencia de unidades discretas (Dickmann, 1963; Condon & Ogston, 1967) que comportará evidentemente una definición de las unidades de conducta (Thomson, 1986; Zeiler, 1986), previa descripción, y con el fin de conseguir su operativización. En cualquier caso, dependerá del plano jerárquico de la vida cotidiana que nos interese analizar, por lo que su elección es de las más importantes y difíciles decisiones de nuestro propósito, dado que será crucial para su validez. Altmann (1965) señala, en este sentido, que las unidades de conducta presentan los problemas básicos de cuándo dividirse y cuándo agruparse, y en esto subyace el problema del "continuum" establecido entre molaridad y molecularidad, con sus contrapesos respectivos de alto nivel de abstracción (con la ventaja de globalidad y no pérdida de vista del contexto) y desmembración de unidades mínimas vacías de contenido (con la ventaja de objetividad).

 En un extremo de dicho “continuum” cabría una progresiva molecularización del tamaño de la unidad, pero incurriríamos en el grave riesgo de aislar unidades sin sentido, que nada aportarían a la evaluación de la cotidianeidad; la principal ventaja de la molecularización es la objetividad, pero el inconveniente que comporta es una desvertebración del registro que nos imposibilita una cabal interpretación de los resultados. En el otro extremo, una molarización nos llevaría ante el no menos grave riesgo de subjetividad, aunque tiene la ventaja de permitir una integración holística de la información. Mucho se ha discutido acerca de la incidencia que tiene una opción determinada tendente hacia la molecularización o hacia la molarización (Zeiler, 1986; Thompson, 1986; Meazzini & Ricci, 1986), pero nuestra opción –contrastada en estudios diversos- se inclina por disponer, en el nivel inferior de la estructura jerárquica piramidal a la que nos hemos referido, de las menores unidades posibles, pero con una triple restricción, fundada en que sean:

 a)      Identificables por sí mismas, y, por consiguiente, separables y distinguibles de otras, con lo cual adquieren entidad propia.

 b)      Denominables, de forma que la asignación de un nombre, a su vez, permite materializar la distinción respecto de otras unidades.

 c)      Definibles, con lo cual se consolida la entidad diferenciada que adquieren, a la vez que se las dota de la base necesaria para su operatividad en la actividad evaluativa posterior.  

 Mucho quedaría por añadir respecto a las modalidades de unidades de conducta identificables en el transcurso de la cotidianeidad, y se han vertido ríos de tinta sobre ello (Scott, 1950; Delgado & Delgado, 1962; Lehner, 1979). Nos podríamos preguntar acerca de cadenas de unidades de conductas repetitivas, o de esquemas comportamentales complejos en los cuales se combinan diversas unidades, o de innumerables manifestaciones de conducta interactiva en donde la unidad de conducta será individual en determinadas ocasiones, pero social (entre los individuos interactuantes) en otras.  Todavía podríamos particularizar más, y, de acuerdo al esquema básico de Delgado y Delgado (1962), cabría distinguir entre un carácter estático o dinámico, y, en éste, entre un movimiento localizado o generalizado. Y si hemos identificado unidades complejas formadas por un comglomerado de unidades simples, éstas pueden tener una diferenciación temporal según sean simultáneas o secuenciales entre sí. 

  

4. Enclave de opciones metodológicas para el estudio de la cotidianeidad

 Se nos impone una honda reflexión a los investigadores y profesionales de las Ciencias del Comportamiento. En muchos momentos podemos tener una angustiosa sensación de que el estudio del comportamiento humano, en general, y el de la actividad cotidiana, en particular, nos aportará resultados contradictorios, o, cuando mínimo, distintos, precisamente porque partimos de procedimientos encontrados entre sí, y, lo que es más grave, porque nos situamos aún con relativa frecuencia en una posición o marco de referencia –que muchos han denominado paradigma- cualitativo o cuantitativo, más allá de un uso prioritario –aunque no exclusivo-, que hemos justificado, de la metodología observacional. La radicalización a que se ha llegado está comportando actitudes de mutuo desprecio, e incluso injuriosas, como si alguna de ambas opciones metodológicas fuese capaz de resolver en su totalidad los problemas que surgen a diario.

 Como reto metodológico nos hemos propuesto la evaluación de la cotidianeidad que percibimos y su entorno, y podrían plantearse cuestiones sumamente heterogéneas entre sí. Citamos algunas a modo de ilustración: Cuestionario a amas de casa acerca de su distribución diaria del tiempo en las labores del hogar; entrevista en profundidad a un profesional liberal del ámbito artístico acerca de su trabajo diario; recuento del número de veces que un profesional de un servicio de atención a la infancia cambia los pañales a los niños acogidos de los cuales se encarga; medición del tiempo de reacción al inicio de las sesiones de entrenamiento de un deportista; densidad de ocupación del patio de una escuela durante el tiempo de recreo matutino; número de piezas supervisadas por un operario en una fábrica de componentes industriales; y seguiría un larguísimo etcétera. En cualquiera de estas situaciones  -perceptibles todas ellas- podemos plantearnos un estudio evaluativo, para lo cual será necesario acudir a alguna de las formas específicas de recogida de datos que permite captar la riqueza informativa requerida, y que se adapta al contexto natural en que se producen. Y en todas ellas también, se requerirá una complementariedad entre formas de proceder y técnicas propias de las metodologías cualitativa y cuantiativa.

 Tanto la contrastación empírica de los hechos, como la interpretación y análisis de los discursos que se generan en la interacción social que a todos nos envuelve en la vida cotidiana, constituyen enfoques parciales y vías estrechas para el acceso a esta realidad humana que pretendemos estudiar. No bastan construcciones metodológicas como clásicamente se han presentado, incapaces de abarcar y desentrañar por sí solas toda la intrincada e insondable densidad real del análisis de la cotidianeidad.

  En efecto, la vieja polémica avivada recurrentemente acerca de las posibilidades de las metodologías consideradas como cualitativas y cuantitativas no se ha acompañado siempre de la necesaria serenidad para favorecer una objetividad que pudiera constituirse en premisa básica. Muy al contrario, los partidarios de unas y otras se han encastillado en sus posiciones, endureciéndolas e imposibilitando un necesario diálogo entre sí.

  

4.1. Perfiles diferenciadores de posiciones antagónicas

 Nos referimos, siguiendo el discurso del apartado anterior, al tradicional posicionamiento antagónico entre los rasgos propios de las metodologías cualitativa y cuantitativa.

 4.1.1. Adecuación y posibilidades de la metodología cualitativa en una primera fase

  En su acepción más extendida y aceptada, “las metodologías cualitativas se refieren a procedimientos de investigación que dan lugar a datos descriptivos (...)” (Bogdan & Taylor, 1975, p. 4). Esta afirmación, sin embargo, comporta implícitamente un trasfondo que se configuró en la década de los setenta a partir de la cristalización de la perspectiva humanista iniciada anteriormente, y que en la actualidad se halla en fase de depuración –no exenta de una sofisticación probablemente exagerada- que permite pensar claramente en su complementariedad con una metodología cuantitativa, a la que incluso puede llegar a superar en algunos casos en grado de formalización (Habermas, 1978, 1979).

 Hasta hace unos años, se trataba de una opción metodológica claramente marginal y con escaso poder de convocatoria. La situación en la actualidad parece comenzar a cambiar, aunque el paradigma vigente (en términos kuhnianos, pero sin el sentido excluyente que él le da) siga siendo el empírico positivo. Benoliel (1984, p. 3) describió la investigación cualitativa como “modos de cuestionamiento sistemático enfocados a entender a los seres humanos y a la naturaleza de sus interacciones con ellos mismos y con su entorno”. Con frecuencia, la investigación cualitativa se describe como holística, preocupándose por los seres humanos y su ambiente en toda su complejidad. Podríamos decir que, de entrada, se adaptaría al estudio de la cotidianeidad de un individuo, un grupo, o una organización determinada, pero de forma altamente disciplinada.

 En un trabajo anterior nos atrevimos a definirla como "una estrategia de investigación fundamentada en una depurada y rigurosa descripción contextual del evento, conducta o situación que garantice la máxima objetividad en la captación de la realidad, siempre compleja, y preserve la espontánea continuidad temporal que le es inherente, con el fin de que la correspondiente recogida sistemática de datos, categóricos por naturaleza, y con independencia de su orientación preferentemente idiográfica y procesual, posibilite un análisis (exploratorio, de reducción de datos, de toma de decisiones, evaluativo, etc.) que dé lugar a la obtención de conocimiento válido con suficiente potencia explicativa, acorde, en cualquier caso, con el objetivo planteado y los descriptores e indicadores a los que se tuviera acceso" (Anguera, 1986, p. 24).

 Se imponen varias matizaciones a esta conceptualización (Anguera, 1985b, 1995a), que pueden estructurarse en torno a criterios epistemológicos, metodológicos, técnicos y de contenido, los cuales facilitan su justificación:

 a) La vía hipotético-deductiva, implantada tradicionalmente en buen número de líneas de investigación, ofrece graves dificultades en la investigación cualitativa, ya que habitualmente conduce a una pérdida de flexibilidad en la descripción y a su descontextualización. Por el contrario, y sin asumir de forma generalizada la vía inductiva, ésta se revela con mayor viabilidad, lo cual se halla en consonancia con el carácter previamente no consolidado de los estudios temáticos a los que se dirige (Miles & Huberman, 1984).

 b) Metodológicamente, los datos cualitativos deben ofrecer una consistencia suficiente, obteniéndose a partir de una descripción y registro cuidadosos, aunque su contenido es variable y su análisis difícil debido a la nula estandarización de las respuestas y su compleja sistematización. El papel fundamental lo juega el proceso de categorización o de elaboración de códigos (Lofland, 1971), ya que no se puede aspirar a una adecuada "captación de la realidad en sus propios términos" si no se logran elaborar las categorías o sistemas de códigos que la hacen explicable y dan coherencia al flujo de eventos y/o conductas necesariamente contextualizados. En este mismo sentido, Denzin (1970) y Patton (1980) están de acuerdo en que la tarea de un metodólogo cualitativo es la de suministrar un marco dentro del cual los sujetos respondan de forma que se representen fielmente sus puntos de vista respecto al mundo y su experiencia.

 c) A nivel genérico, las descripciones detalladas procedentes de registros directos y datos documentales (Patton, 1980) constituyen el grueso de los datos cualitativos, que, por otra parte, requerirán diversos instrumentos de medida, a pesar del importante papel jugado por lo interpretativo (Smith, 1983). De forma particularizada, las técnicas que más propiamente abarca la metodología cualitativa son el registro de conducta en obsevación -y de forma especial en observación participante (Becker & Geer, 1970), entrevista, y material documental, entendiendo que la fase definitoria es la de recogida de datos (Blaxter, 1979), ya que nada impide que el análisis al cual se sometan los datos implique adentrarnos en lo cuantitativo (Blanco, 1983).

 d) Desde un criterio de contenido, existe una primera gran restricción relativa al nivel de perceptibilidad, y, consecuentemente, al de observabilidad (Norris, 1984), y aunque la posición oficial del cognitivismo rechaza los procedimientos introspectivos (Nisbett & Wilson, 1977), se progresa en el camino que pretende el acceso a los fenómenos mentales, reconociéndose que los individuos tienen acceso directo a una gran cantidad de hechos privados. La necesaria contextualización inherente a la metodología cualitativa y sus implicaciones a nivel de los términos acuñados "ad hoc" en el proceso de categorización (Bulmer, 1979), así como la indudable tradición de interaccionismo simbólico (Schwartz & Jacobs, 1984) que lo ha propiciado, muestran una inclinación o mejor predisposición temática con dicha orientación, sin dejar de relacionarse con la teoría de la titulación de Howard Becker, la inducción analítica de Florian Znaniecki, la teoría fundamentada de Barney Glaser, o la etnografía básica de John Lofland, por citar algunos de ellos. En la actualidad, y siguiendo a Punch (1986), la investigación cualitativa se entronca, desarrolla y aplica principalmente en psicología, educación, sociología, antropología, relaciones humanas, y justicia; hasta en medicina existen estudios exhaustivos sobre el tema (Donabedian, 1980).

 La investigación cualitativa ha sido considerada desde el rango de paradigma en sentido kuhniano, cuyo punto básico de partida es el desarrollo de conceptos y teorías derivados de los datos. Precisamente este interés por los significados sociales y la insistencia en que tales significados sólo pueden ser examinados en el contexto de la interacción de los individuos es lo que caracteriza a este paradigma (Filstead, 1986).

 Erickson (1977) dice textualmente que "lo que la investigación cualitativa hace mejor y más esencialmente es describir incidentes clave en términos descriptivos funcionalmente relevantes y situarlos en una cierta relación con el más amplio contexto social, empleando el incidente clave como un ejemplo concreto del funcionamiento de principios abstractos de organización social" (p. 61).

 Si pensáramos aplicarlo tal cual al estudio de la actividad cotidiana, son innumerables las discusiones y polémicas que pueden desprenderse de estas palabras, y de forma especial la detección y plasmación de incidentes clave en términos descriptivos, así como el situarlos en una cierta relación con el más amplio contexto social. ¿Cómo se logra sin caer en una mera praxis acientífica y exenta de rigor? ¿Es que la metodología cualitativa debe quedar proscrita a un mero estudio exploratorio? ¿Se trata de una etiqueta con connotaciones de única verdad para algunos y peyorativas para otros?           

 La metodología cualitativa parte de unos supuestos, y se delimita a partir de unas determinadas características, que son las que la configuran, por lo que no cabe atribuirle valoraciones en ningún sentido. Metodo o metodología significa "camino para", y su encuadre en el ámbito de las Ciencias del Comportamiento lo acota en cuanto al contenido y, por consiguiente, delimita las cuestiones sustantivas a las que puede y debe aplicarse: En ocasiones cabe una opción en cuanto al reduccionismo inicial que implica la obtención del dato (por ejemplo, para un practicante de actividades deportivas, sería la transcripción de un partido de hockey o de un combate de judo, en los cuales es posible tanto una descripción minuciosa de las acciones concretas en que se plasma la estrategia de juego, como un mero listado de longitudes de desplazamientos, tiempos, ángulos, etc.); por el contrario, en otros casos no cabe otra vía por la propia naturaleza de la situación y el anclaje del marco teórico (por ejemplo, el proceso de elaboración del duelo por la muerte inesperada de un familiar cercano a través de una intervención psicoterapéutica). Y ambos pueden formar parte de la vida cotidiana, aunque sólo en el primero de estos dos ejemplos podemos referirnos propiamente a la ocurrencia de conductas perceptibles.

 En el fondo se trata de un problema de operativización, o, lo que es lo mismo, de "licitud" del reduccionismo que permitirá seleccionar la información considerada relevante, y como consecuencia recoger los datos de una u otra forma. Éste es el núcleo del problema, y la cuestión esencial en torno a la cual se conforman las actitudes a favor o en contra, y, por tanto, dando lugar a la vertebración de una metodología cualitativa o cuantitativa. En la primera fase de la indagación sobre la cotidianeidad se impone la metodología cualitativa, dadas sus amplísimas posibilidades en la obtención de los datos.

 Es un término –cualitativo, así como también cuantitativo- con el que tenemos nuestras reservas, precisamente porque se ha acuñado como epicentro de interpretaciones de todo tipo, siendo algunas sumamente libres, y de ahí que la expresión metodología cualitativa -como igual ocurre con la de metodología cuantitativa, que parece delimitarse por exclusión- requiera de urgente acotación que elimine malos entendidos y permita la elaboración de una sistemática -pues de lo contrario no sería "metodología"-, pero en la cual se tomen en consideración el fuerte influjo del marco teórico y la amplia casuística de situaciones problema, habitualmente de gran complejidad.

 Este influjo del marco teórico, a su vez, tiene lugar en un doble sentido. Por una parte, el investigador intenta averiguar qué esquemas de explicación son empleados por las materias sometidas a estudio para proporcionar un sentido al ámbito psicológico en que se hallan, y, por tanto, "qué teorías, conceptos y categorías sugieren los propios datos" (Filstead, 1986, p. 65); se trata de una vía inductiva, por lo que no resulta extraño oir que un investigador cualitativo prefiere que la teoría emerja de los propios datos. En este sentido, es un hecho que la proximidad al mundo cotidiano, y el hallarse presente en la situación -habitualmente va más allá de ser mero espectador- proporciona un sólido refuerzo respecto a la "completitud" del proceso que se estudia y proporciona una mayor garantía inferencial. Pero también se halla presente una vía deductiva en tanto en cuanto que los propios conceptos que se toman como punto de referencia, y los términos utilizados en la descripción se hallan indudablemente modulados e incluso conformados por un marco de referencia teórico, el que sea (cognitivo, dinámico, conductista, humanista, etc,.).

 La estrategia que inspira la metodología cualitativa implica un intercambio dinámico entre la teoría, los conceptos y los datos con retroinformación e incidencia constante de los datos recogidos. En muchas ocasiones, además, el marco teórico, si existe, se halla sumamente debilitado (por la falta de comprobación empírica de sus postulados, sin que por realizar dicha afirmación se nos pueda acusar de reduccionismo), por lo que actúa de manera puramente referencial, a modo de metateoría. De ahí que se afirme que el paradigma cualitativo se ha caracterizado por una preocupación por el descubrimiento de la teoría más que por el de su comprobación.

 Las situaciones problema no plantean un necesario cumplimiento de requisitos, a menos que en su formulación quede explícita la operativización que conlleve a iniciar y proseguir el proceso de investigación mediante una metodología cuantitativa; si nos planteamos un estudio relativo a tiempos de reacción ante determinado estímulo es indudable que no resulta pertinente la metodología cualitativa, pero en cambio es indiscutible en una investigación sobre pautas de crianza de los hijos, o de irrupción de sujetos extraños en conducta comunicativa, o en el análisis de redes de apoyo social en tercera edad.

 La matización que acabamos de realizar tiene una enorme trascedencia posteriormente. La inicial decisión sobre la selección de determinada información entresacada del entramado que constituye el problema va a conformar una trayectoria de partida correspondiente a la metodología cualitativa o cuantitativa, aunque en un momento posterior, y en virtud de la complementariedad que defendemos, se quiebre para dar paso a la posición alternativa.

 Es posible que en fases posteriores predomine el carácter cualitativo o cuantitativo de las operaciones a realizar, pero a nuestro juicio es secundario, a pesar de que tenga su importancia. La naturaleza del dato de partida la vamos a considerar constitutiva para la caracterización de la metodología cualitativa, aunque no todos los autores están de acuerdo con esta consideración.                                            

 A partir de lo dicho, podemos ya aventurar una relación de características propias de la metodología cualitativa que resultan idóneas para ser aplicadas a las fases iniciales de estudio de la cotidianeidad (Anguera, 1995a):           

 a) La fuente principal y directa de los datos son las situaciones naturales. Ningún fenómeno puede ser entendido fuera de sus referencias espacio-temporales y de su contexto.

 b) El investigador se convierte en el principal "instrumento" de recogida de datos, en el sentido de actor del proceso que implica la captación de la realidad, y con la capacidad para aportar datos tan fiables como los generados por medios más objetivos. Entre las principales ventajas que ello reporta, destacan:

 ·  Su adaptabilidad para registrar información simultánea sobre múltiples factores y a varios niveles.

 · Visión holística, es decir, capacidad para captar el contexto de forma global.

 · Mayor amplitud de conocimientos.

 · Posibilidad de explorar respuestas atípicas e idiosincráticas, las cuales son difíciles de captar por medios ordinarios, y tienen una enorme relevancia para lograr una más óptima comprensión.

 c) Incorporación del conocimiento tácito, es decir, el correspondiente a intuiciones, aprehensiones o sentimientos que no se expresan de forma lingüística pero que se refieren a aspectos conocidos de algún modo, aunque se debe actuar con gran cautela, dado un indudable riesgo de inferencia. Muchos de los matices de la realidad sólo pueden ser captados por esta vía, a la vez que muchas de las interacciones entre investigador e investigado ocurren en este nivel.

 d) Aplicación de técnicas de recogida de datos de carácter descriptivo, por adaptarse mejor a las influencias mútuas y ser más sensibles para detectar patrones de comportamiento.

 e) Muestreo intencional. La selección de la muestra no pretende representar a una población con el objeto de generalizar los resultados, sino que se propone ampliar el abanico y rango de los datos tanto como sea posible, a fin de obtener la máxima información de las múltiples realidades que pueden ser descubiertas.

 f) Búsqueda de generalizaciones empíricas en los datos. Ello implica una primera descripción de las situaciones de cada uno de los casos o eventos estudiados, con el fin de detectar progresivamente la existencia de unas regularidades entre ellos que constituyen la base o germen de una futura teoría adecuada a las condiciones y valores locales.

 g) La teoría se genera a partir de los datos de una realidad concreta, no partiendo de generalizaciones "a priori". Autores relevantes como Goetz y LeCompte (1988) definen la teoría como:

 · generativa, por preocuparse por el descubrimiento de constructos y proposiciones.

 · inductiva, pues las teorías se desarrollan desde abajo, a través de la interconexión de evidencias y datos recogidos.

 · constructiva, dado que las unidades de análisis comienzan a aparecer en el curso de la observación y descripción.

 · subjetiva, entendido como el propósito de reconstruir categorías específicas que los participantes utilizan para conceptualizar sus propias experiencias y su visión de la realidad.

 h) El diseño de la investigación es emergente y en cascada, ya que se va elaborando a medida que avanza la investigación. La situación generadora del problema da lugar a un cuestionamiento continuado y a una reformulación constante, en función de la incorporación de nuevos datos. Esta filosofía de "diseños no estandard" flexibiliza el estudio de forma acorde con la propia realidad y los datos que se obtienen, lo cual le aporta infinito número de posibilidades. Además, este tipo de diseños permite una adecuación a las múltiples realidades, a los contextos específicos y a las interacciones entre investigador y contexto. Un diseño previo prefijado relegaría la realidad vivencial.

 i) La metodología cualitativa se plantea criterios de validez específicos, utilizando técnicas propias que garantizan la credibilidad de los resultados. 

 En cuanto a las posibilidades, y de acuerdo a lo dicho, puede surgir una serie de dudas sobre la calidad que se requiere a la metodología cualitativa, y, en consecuencia, a los datos que van a obtenerse mediante diferentes técnicas para el estudio de la cotidianeidad. Patton (1980, p. 22) ha señalado que "los datos cualitativos consisten en descripciones detalladas de situaciones, eventos, sujetos, interacciones y conductas observadas; citas directas de sujetos acerca de sus experiencias, actitudes, creencias y pensamientos; y fragmentos o pasajes enteros de documentos, correspondencia, registros e historias de casos". Pero, ¿qué garantía ofrece este tipo de material?

 Se pueden señalar diversos marcos de exigencias (Erickson, 1986; Zabalza, 1991) respecto a las condiciones de legitimidad metodológica:

 A) Representatividad, relevancia y plausibilidad de los datos (validez semántica de la investigación). Este requisito implica identificar las diversas perspectivas de significación, proceder a una correcta contextualización, y constatar con objetividad los sucesos, o eventos, o conductas que se presentan.

 Ello significa -y en este sentido estamos de acuerdo con Zabalza (1991)- cumplir determinadas condiciones:

 · Ampliar al máximo el contexto de análisis, de manera que puedan incorporarse a la situación analizada todas las variables, sujetos o elementos que puedan aportar un papel clarificador respecto al ámbito estudiado. De aquí que se recomiende la triangulación, o uso complementario de varias -al menos tres- modalidades distintas de recogida de datos, lo cual minimizará las carencias de alguna de ellas al complementarse con las virtudes de otras.

 · Describir el propio proceso seguido en la obtención y análisis de la información. La investigación cualitativa tiene una naturaleza deliberativa, apenas existe estandarización, no existe uniformidad en los procesos seguidos, y algunos de los datos obtenidos pueden ser considerados confusos o parciales; la debilidad que ello comporta exige en contrapartida que el investigador dé cuenta de cómo planteó y desarrolló cada uno de los pasos de su investigación, de manera que ésta pueda ser valorada, y, en su caso, replicada en otros contextos.

 · Configurar la investigación como un auténtico proceso de búsqueda deliberativa, en el que se van presentando -y deben resolverse- cadenas de dilemas de muy diversos órdenes, y sobre los que hay que tomar decisiones (por ejemplo, sobre si anotar un determinado aspecto observado, si conceder o no la suficiente relevancia a una determinada dimensión de un texto, etc.). Además, es frecuente la obtención de una inmensa cantidad de datos (sobre todo en el ámbito de descripciones casuísticas), que colocan frecuentemente al investigador ante una perplejidad decodificadora, y con verdaderos problemas al tratar de simplificar la información sin perder datos que pudiesen ser relevantes.

 B) Fundamentación teórica de la investigación y de los análisis e interpretaciones que incluye (validez hermenéutica de la investigación). La dialéctica entre inductivismo y deductivismo adquiere un especial sentido en metodología cualitativa, pues no en vano se basa fundamentalmente en interpretaciones, o al menos acude frecuentemente a ellas para dar sentido a los datos e interpretaciones. Consideramos obvio que no se puede comprender sin un bagage previo de preconcepciones, ni tampoco al margen del equipamiento interpretativo del que actúa de intérprete.

 Pero hay que matizar que esta estructura o marco general de significaciones previas (en cuyo seno se puede entender la nueva situación o la nueva información) no constituye una barrera inflexible, sino que se trata de un conjunto de componentes cognitivos y experienciales que van alterando sus contenidos y filtros sobre la base de la interacción con cada nuevo proceso de conocimiento e interpretación.

 C) Dinámica relacional de la investigación (validez pragmática). Se incluyen esencialmente cuestiones relativas a condiciones metodológicas, optimización de los procesos que se estudian, y salvaguardar los derechos de las personas que participan en la investigación. Se pueden concretar en los siguientes puntos:

 · Indicación a los participantes de los objetivos del trabajo[2], y, en su caso, información sobre el proceso de negociación previa.

 · Audiencias a las que se debe acudir, y que son los distintos colectivos, o comunidades, o individuos, relacionados con la cuestión que interesa. Resulta obvio considerar la incidencia del colectivo, sea cual sea, así como el papel de los propios participantes en la investigación como audiencia preferente.                                                                               

 4.1.2. Caracterización y aplicación de la metodología cuantitativa en una segunda fase

 El estudio sobre la cotidianeidad, que en una primera fase ha requerido un especial cuidado para justificar el encaje de la metodología cualitativa, y donde la gran dificultad estribaba en la obtención del dato, una vez éste se ha obtenido –y se ha llevado a cabo su control de calidad para la detección de posibles errores y su subsanación- en una segunda fase deberá someterse a los análisis adecuados en función del diseño evaluativo adecuado.

 Tradicionalmente se ha afirmado que los seguidores de la metodología cuantitativa tienden a traducir sus observaciones en cifras, y estos valores numéricos proceden de conteo o recuento, medida, o de constatación del iter u orden, permitiendo descubrir, verificar o identificar relaciones simétricas o no entre conceptos que derivan de un esquema teórico elaborado de acuerdo con los criterios que rigen cada una de las situaciones de cotidianeidad que interese estudiar.

 Desde los planteamientos de la metodología cuantitativa, para llevar a cabo el contraste de la hipótesis será preciso cumplir el requisito de representatividad y aleatorización, lo cual comportará a su vez unas adecuadas técnicas de muestreo, a la vez que pueden proponerse sofisticadas técnicas de análisis.

 Si nos circunscribimos al ámbito nacional, en España es justa la crítica de una endémica debilidad metodológica de la gran mayoría de los estudios en contextos naturales que son puestos en práctica por parte de instituciones tanto públicas como privadas. En los países en los que existe una mayor tradición (Estados Unidos y Canadá) se aprecian, cada vez de forma más generalizada, importantes avances consistentes en el uso de recursos metodológicos sofisticados que permiten un rigor mucho más elevado (Anguera, 1990b), y que, si bien no todos proceden de estudios realizados en contextos naturales, sí serían análisis adecuados en muchos de ellos, siempre que se dispusiera de los datos adecuados.

A modo de ilustración, podemos señalar en este sentido la aplicación del análisis de supervivencia (Wheeler & Hissong, 1988) y tablas de vida (Benedict, Glasser & Lee, 1989), análisis probabilísticos de evaluación del riesgo (Nichols & Wildavsky, 1988), series de tiempo en cuidadosos estudios longitudinales (Boruch & Pearson, 1988), toma de decisiones (Dawson & Cebul, 1990), análisis de la causalidad en estudios retrospectivos (Holland & Rubin, 1988) y con secuencia temporal de variables (Curry, Yarnold, Bryant, Martin & Hughes, 1988), análisis de discontinuidad en la regresión (Stanley & Robinson, 1990), búsqueda de parámetros en modelos logísticos (Kaplan & Abramson, 1989), análisis logit anidado (Bertrand, Stover & Porter, 1989), estimación de parámetros en diseños de carácter sincrónico-diacrónico (Maxim, 1989), clasificación de modelos mediante análisis de superficie para la búsqueda de dimensiones (Williams, 1989), y estudios de impacto (Ridge, Stern & Watts, 1990), aparte de cuidadosos análisis psicométricos en la construcción de escalas (Alberty & Mihalik, 1989) o de optimizar la complementariedad entre análisis de muy distinto orden (Hennessy & Saltz, 1989).

 La cuestión básica a la que nos tenemos de referir es que, en función del diseño planteado y de la naturaleza de los datos, procederá una u otra técnica analítica. En cualquier caso, si la metodología cualitativa nos ayudó en la obtención del dato, la cuantitativa nos suministra los recursos para su análisis más conveniente.

 4.2. Posición metodológica privilegiada

 4.2.1. Uso complementario de opciones metodológicas

 En los apartados anteriores nos hemos manifestado acerca del respectivo encaje de las metodologías cualitativa y cuantitativa en las fases primera y segunda del análisis de la cotidianeidad, respectivamente. Podíamos haber avisado entonces –aunque lo hacemos ahora- de que el proceso lógico de investigación, con su lógica sucesión de etapas de forma organizada, se incardina en el seno de una determinada metodología específica. Y tal metodología debe permitir este cambio de perspectiva (de lo “cualitativo” a lo “cuantitativo”) de forma pacífica, sin tensión interna en el seno del procedimiento a seguir.

 Es innegable que investigadores y profesionales de las Ciencias del Comportamiento manifiestan una preferencia marcada y casi excluyente por la evaluación cuantitativa, mientras que otros prefieren la cualitativa. Pero cada vez es mayor el número de los que optan por la combinación de ambos, contemplando la utilización de técnicas propias de uno y otro conforme a las características del estudio a realizar. Nosotros igualmente nos pronunciamos en este sentido, considerando que debería intentarse una redefinición del debate, y eliminando lo que durante décadas se ha propuesto como necesaria elección del paradigma (Cook y Reichardt, 1986). Un estudioso de la cotidianeidad no tiene por qué adherirse ciegamente a uno de ambos paradigmas, sino que puede elegir libremente una relación de atributos que indistintamente provengan de uno u otro si así se logra una adaptación flexible a su problemática.

 Ambas metodologías pueden beneficiarse mútuamente entre sí, y son muchas las ocasiones en que se utilizan de manera conjunta, dando garantía de su posible complementariedad. Es cierto que en ocasiones presenta graves problemas por su costo en tiempo y dinero, o por falta de personal preparado el efecto, pero en cualquier caso se trata de superar la posición enfrentada de ambas perspectivas.

 El empleo conjunto de la metodología cualitativa y de la cuantitativa, además, dado que se interesa por el proceso y el resultado, potencia la vigorización mutua de los dos tipos de procedimientos, y facilita la triangulación a través de operaciones convergentes (Cook y Reichardt, 1986).

 Diversos autores estudiosos de la cuestión coinciden en considerar que buena parte de las técnicas de recogida de datos son propias de una determinada metodología, o, lo que es lo mismo, que existen instrumentos tanto cualitativos como cuantitativos.

 En una primera aproximación, las entrevistas en profundidad, técnicas etnográficas, análisis histórico o historias de vida, son propias de la metodología cualitativa, mientras que indicadores estadísticos, observación sistemática, escalas de apreciación o cuestionarios, lo son de la cuantitativa.

 No obstante, se puede elaborar una sistemática más completa acerca de la naturaleza de las diversas técnicas de recogida de datos, así como de las posibilidades de ser utilizadas desde una u otra metodología, para lo cual hemos partido de diversos autores (Cook  y Reichardt, 1986; Marshall & Rossman, 1989; Aguilar y Ander-Egg, 1992) y de nuestra opinión. En este sentido reproducimos una Tabla publicada anteriormente (Anguera, 1995b, 1998).

 La naturaleza de la cotidianeidad, su complejidad y su carácter multifacético, suponen una diversidad metodológica en cuanto a formas de abordaje de la misma. Incluso los autores que más claramente fueron tildados de cuantitativos reconocen que ningún método tiene patente de exclusividad científica.

 Es innegable que habrá estudiosos de la cotidianeidad, así como investigadores en general, que manifiestan una preferencia marcada y casi excluyente por la evaluación cuantitativa, mientras que otros prefieren la cualitativa. Pero cada vez es mayor el número de profesionales e investigadores que optan por la combinación de ambos planteamientos, contemplando la utilización de técnicas propias de uno y otro conforme a las características del estudio a realizar. Nosotros igualmente nos pronunciamos en este sentido, considerando que debería intentarse una redefinición del debate, y eliminando lo que durante décadas se ha propuesto como necesaria elección del paradigma. Un evaluador no tiene por qué adherirse ciegamente a uno de ambos paradigmas, sino que puede elegir libremente una relación de atributos que indistintamente provengan de uno u otro si así se logra una adaptación flexible a su problemática.

 Ambas metodologías pueden beneficiarse mutuamente entre sí, y son muchas las ocasiones en que se utilizan de manera conjunta, dando garantía de su posible complementariedad. Y es cierto que en ocasiones presenta graves problemas por su costo en tiempo y dinero, o por falta de personal preparado al efecto, pero en cualquier caso se trata de superar la posición enfrentada de ambas perspectivas.

 El empleo conjunto de la metodología cualitativa y de la cuantitativa, además, debido a que se interesa por el proceso y el resultado, potencia la vigorización mutua de los dos tipos de procedimientos, y facilita la triangulación a través de operaciones convergentes.

 A ello ayuda también el hecho de que cada vez sea mayor el número de situaciones en que un equipo multidisciplinar, a partir de una pluralidad de técnicas, trata de aunar esfuerzos en aras a una mayor rigurosidad de la evaluación realizada. El camino está cada vez más despejado, pero todavía requerirá considerables esfuerzos en el futuro para consolidar nuevas posibilidades de colaboración.

 Tabla 1. Técnicas de recogida de datos en las metodologías cualitativa y cuantitativa.

 

METODOLOGIA CUALITATIVA

 METODOLOGIA CUANTITATIVA

TECNICAS EN AMBAS

                        TECNICAS

                       OBJETIVO

                    TECNICAS

                   OBJETIVO

 

Registro de conducta

 

Observación participante

Entrevistas en profundidad

 

Cuestionarios

 

Encuestas

 

Películas, fotografías y videos

Técnicas proyectivas y tests psicoló-

  Gicos

Técnicas proxémicas y kinestésicas

 

Técnicas etnográficas

Análisis histórico

 

Historias de vida

 

Análisis de contenido

 

Medidas de rastro y erosión

Descripción rigurosa  del comportamiento

Implicación del observador

Conversación "con un

  propósito"

Forma estandard de recogida de información

Información superficial "en bloque"

Captación de la vida diaria

Aspectos subjetivos de la personalidad

Uso del espacio y  movimientos del cuerpo

Estudios de base cultural

Establecimiento de  trayectorias

Desarrollo de la vida de una persona

Organización de material documental

Productos de agregación

 

Registro de conducta

 

Indicadores cuantitativos

Pruebas de ejecución

Pruebas de conocimiento

 

 

 

Escalas de apreciación

Entrevistas

Cuestionarios

 

Encuestas

 

Análisis de contenido

 

Descripción rigurosa del com-      portamiento

Datos de agregación

 

Rendimiento

 

Exámenes de logro

 

Calificación en un "continuum"

Elicitación oral de información

Forma estandard de recogida de

  información

Información superficial "en

  bloque"

Organización de material docu-

  mental

 

 Registro de conducta

 

 Entrevista

 

 Cuestionario

 

 Encuesta

 

 Análisis de contenido

  

 

 

 

  

  

  

  


 

4.2.2. Priorización de la metodología observacional

 Registro de conducta, entrevista, cuestionario, encuesta y análisis de contenido, como acabamos de ver, presentan unas características que pueden adaptarse a una metodología tanto cualitativa como cuantitativa. No obstante, habrá que seguir afinando metodológicamente teniendo en cuenta que, si bien hasta ahora nos hemos referido a metodologías generales –o, como indicamos anteriormente, paradigmas-, debemos en este momento apostar por aquella o aquellas metodologías específicas que mejor se adecúen a los planteamientos derivados del estudio de la actividad cotidiana. Es perfectamente sabido en la actualidad que las tres metodologías específicas adecuadas en Ciencias del Comportamiento son la observacional, selectiva y experimental, de forma que, si establecemos un criterio o “continuum” respecto al grado de intervención del estudio o control interno,  ocupan respectivamente las posiciones de bajo, medio y elevado nivel interventivo.

 Con estas premisas, nuestra toma de decisión se justifica con los siguientes argumentos:

 A)    En el estudio de la actividad cotidiana destaca especialmente su carácter de comportamiento espontáneo y su ubicación en contextos naturales o habituales para el individuo o la colectividad. Estas dos características configuran el núcleo básico de la metodología observacional.

 B)    Cada una de las tres metodologías específicas indicadas dispone de sus técnicas propias de recogida de información. El registro de conducta, el análisis de contenido, y las entrevistas abiertas o poco estructuradas son específicos de la metodología observacional, mientras que las entrevistas estructuradas, el cuestionario y la encuesta son propios de la metodología selectiva. Ahora bien, dado que estas últimas implican una elicitación de la respuesta (ya que requieren una pregunta oral o escrita, individual o colectiva, dirigida por el estudioso de la conducta al individuo que desempeña una actividad cotididana), nos interesan de forma relativa, y, en cualquier caso, complementaria, respecto de las primeras, en las que prima claramente la espontaneidad en su realización, y, por consiguiente, la no mediatización de ningún artefacto metodológico (como sería el sesgo de reactividad).

 C)    Nos podemos preguntar en qué medida la metodología observacional se ajusta a la caracterización realizada de la metodología cualitativa en una primera fase y a la aplicación de la cuantitativa en una segunda fase. Elegimos dos autores como botón de muestra, al margen de que ésta ha sido siempre también nuestra posición: Por una parte, Bakeman y Gottman (1989) se pronuncian taxativamente definiéndola como una forma particular de cuantificar la conducta, y, en efecto, la cuantifican y analizan con rigor, pero ellos mismos dedican varios capítulos de su obra a la explicación y ejemplificación de registros, así como a su posterior codificación, momento de inflexión que permitirá el encaje entre lo cualitativo y lo cuantitativo. Y, por otra parte, Blanco (1997), en un trabajo titulado Metodologías cualitativas en la investigación psicológica, desarrolla el procedimiento propio de la metodología observacional, insistiendo, una vez se ha llegado a la codificación del registro, en el muestreo de conductas, en el significado de la fiabilidad, precisión y validez para garantizar la calidad del registro, y en el análisis de los registros e investigación de patrones de conducta, cuestiones que no podrían materializarse desde una metodología cualitativa. Podemos afirmar de forma rotunda que la metodología observacional es la que mejor se adapta a la complementariedad entre lo cualitativo y lo cuantitativo, ya que, simplificando drásticamente, siempre requerirá de la elaboración de un instrumento ad hoc a partir del cual se efectuará un registro (metodología cualitativa), y éste deberá someterse a un control de calidad y un análisis adecuado (metodología cuantitativa).  

 D)    Hay que añadir un cuarto argumento relativo a la naturaleza del instrumento utilizado en la obtención de los datos. En metodología observacional no se puede disponer de un instrumento estándar, sino que debe elaborarse ad hoc para cada estudio con el fin de que se adapte totalmente a la conducta y al contexto que interesan (Bakeman y Gottman, 1989), y dado que tanto las conductas (aquí, actividades cotidianas) como los contextos en los cuales tienen lugar son sumamente heterogéneos, resulta obvia la especificidad singularizada del instrumento, que puede revestir especialmente dos formas distintas, sistema de categorías –con o sin moduladores- y formatos de campo, de las cuales, el sistema de categorías ha sido tradicionalmente el instrumento de observación por excelencia, muy laborioso en su elaboración pero también dotado de una excesiva rigidez, mientras que los formatos de campo, de reciente incorporación, se han ido consolidando rápidamente por su gran funcionalidad[3]. Por el contrario, en metodología selectiva se cuenta con instrumentos estándar o semi-estándar, como son los items de un cuestionario, las preguntas de una encuesta, o la pauta de una entrevista altamente estructurada. 

 Por estos tres argumentos, nuestra decisión es clara e indudable a favor de la priorización de la metodología observacional en el estudio de la actividad cotidiana y su contexto, aunque no de su exclusividad absoluta, que podría conducir en ocasiones a su complementación con la metodología selectiva por dos motivos: Por una parte, la metodología observacional no resulta especialmente adecuada en los estudios realizados sobre colectivos o grandes grupos de individuos, sino que tiene un corte particularista, entendido en un sentido lato del término, que sí funciona bien cuando se observan grupos reducidos de individuos (entiéndase, los miembros de una familia, los alumnos de una guardería o escuela que se sientan en una mesa para la realización de una actividad compartida, etc.). Y, en segundo lugar, por imperativos de las normas éticas en conductas privadas, o por limitaciones de recursos disponibles (humanos, temporales, instrumentales, etc.), cuando no se pueda acceder a una situación de observación determinada, nos quedará el recurso a la elicitación de la respuesta a la cual nos hemos referido.

 El uso habitual de la metodología observacional para el estudio de la actividad cotidiana y su contexto implica el seguimiento de un proceso que en la actualidad se halla perfectamente especificado en la literatura propia de este ámbito, y en el cual no juzgamos necesario introducirnos[4].

 Lo que sí queremos puntualizar es que, al margen de la taxonomía existente en la metodología observacional, en el estudio de la actividad cotidiana y su contexto cabe partir de una distinta forma de obtener información de la situación cotidiana estudiada y de su contexto.

 Resulta obvio que en estudios empíricos realizados bajo esta cobertura se producen datos al traducir la realidad a sistemas de notación escrita. Pero surge una primera y provisional dicotomización (no una dicotomía real) en función de la manera de llevarlo a cabo, la cual, a su vez, se halla supeditada en buena medida a la propia naturaleza del problema[5].

 Así, como caso poco habitual, si se trata de un estudio de tiempos en natación que se presenta en un monitor, lógicamente la recogida de datos implicará determinado tipo de datos, seguramente expresados en unidades convencionales de tiempo (segundos, décimas de segundo, milisegundos, ...). Pero es muy elevado el número de ámbitos de estudio en que se producen igualmente "datos", pero en los cuales no es posible su operativización, o no resulta factible sin incurrir en un grave reduccionismo; así, en programas de atención a en familias multiproblemáticas, ¿sería factible realizar el recuento de algún tipo de cantidad? No, dadas las múltiples manifestaciones de los problemas existentes, la borrosidad de algunas de ellas, la necesaria contextualización, los distintos condicinantes implicados, y seguiría un largo etcétera.   

 Las diversas modalidades en la obtención de datos para el estudio de la actividad cotididana y su contexto se caracterizan en común por las características indicadas de espontaneidad y ocurrencia en contextos naturales o habituales, pero cabe establecer una gradación en función de su naturaleza, que a su vez da lugar a la propuesta taxonómica indicada en la Tabla 2.

  Tabla 2. Criterios taxonómicos en la recogida de datos en metodología observacional.

OBSERVACION DIRECTA
 

·        Registro de conducta

 

CONDUCTA VERBAL TRANSFORMABLE EN MATERIAL DOCUMENTAL

·        Entrevistas en profundidad no estructuradas

·        Discusión de grupo

MATERIAL DOCUMENTAL

·        Documentos personales

·        Registros biográficos

·        Registros proporcionados por terceras personas

 Existe una gradación que recoge el abanico de posiblidades que se disponen ordenadas entre los datos procedentes del registro de conductas perceptibles -que serán los más fáciles de codificar y cuantificar posteriormente- y los propios de informes o "dossiers" documentales, en los que igualmente es posible la cuantificación, pero se halla sujeta a un proceso más complejo.

  

5. Evaluación de baja intensidad interventiva

 La evaluación ha experimentado en el último cuarto de siglo un proceso exponencial de expansión. Se ha constituido en disciplina científica sin lugar a dudas, y esta afirmación no es gratuita, sino que lo avalan multitud de publicaciones de todo tipo, eventos científicos nacionales, europeos e internacionales, constitución de sociedades científicas, así como la puesta en marcha de proyectos de gran envergadura respaldados por instituciones públicas y privadas de los países más desarrollados.

 Se ha creado un ámbito de conocimiento que ha pasado ya por vicisitudes diversas, como un rápido crecimiento, una proliferación de modelos teóricos, una cierta parcelación posterior al desarrollarse aspectos fragmentarios de la evaluación (por ejemplo, estudios psicométricos de altísimo nivel que se circunscriben a cuestiones sumamente puntuales relativas a la elaboración o uso de determinados instrumentos de evaluación), y en la actualidad creemos necesario un maduro proceso de reflexión y autocrítica que permita optimizar una estructura lógica del proceso  en la cual se hayan insertado una serie de elementos que son fruto del avance logrado en las últimas décadas en cuestiones puntuales esencialmente de carácter metodológico.

 Llevado a nuestro ámbito de estudio de la actividad cotidiana y su contexto, y contemplado desde la perspectiva del psicólogo, la iniciativa de efectuar un análisis depurado del comportamiento se inscribe en una de las vertientes evaluativas que en mayor medida se han desarrollado, que es la evaluación de programas. Pero surge inmediatamente la pregunta: ¿Qué programas? ¿Qué es un programa? ¿Qué incidencia tienen en la vida cotidiana? 

 El propio concepto de evaluación de programas no es monolítico (Anguera, 1989),  y las diversas posturas adoptadas oscilan entre la construcción de un corpus de conocimientos que pudiera garantizarle el carácter de disciplina básica, y la mera recogida de información que trata de dar cuenta de la ejecución de ciertas actividades realizadas previamente, como un servicio dedicado a ... (Cordray, Bloom & Light, 1987), pasando por el análisis de los efectos netos de los programas o por la primacía de razones políticas –y no técnicas- respecto a la oportunidad de algunos programas.

 De forma genérica podemos afirmar que en estas últimas décadas ha ido en aumento de manera constante la necesidad de intervenir de forma estructurada ante problemas o carencias de diverso tipo. A partir de un previo análisis de necesidades, sigue la elaboración del programa o plan de intervención teniendo en cuenta el objetivo, el contexto y los recursos, procediéndose después a la implementación de dicho programa, y, en función del modelo básico seguido se evalúa dicho plan de acción (Veney & Kaluzny, 1984).

 Forman parte de nuestra actividad cotidiana la implementación de numerosos programas o planes de intervención, de los que de muchos de ellos probablemente no somos ni conscientes. Son innumerables los ejemplos que podríamos citar: Campañas de vacunación para prevenir la gripe, entrenamiento en una actividad física o deporte, dieta de adelgazamiento, curso de formación ocupacional, aprendizaje de un idioma, servicio de atención domiciliaria a una persona de tercera edad, programa ambiental de clasificación de residuos en distintos contenedores, medidas de prevención de accidentes de circulación en fechas de especial riesgo, programa transversal de incremento de la prosocialidad en centros educativos o cívicos, plan de saneamiento industrial de un barrio, eliminación de barreras arquitectónicas en una población, animación social para el fomento del voluntariado, programas de mantenimiento en actividad física de tercera edad, programas de apoyo social en barrios o comunidades en las que se han ubicado familias procedentes de países en guerra, programas de educación para la salud en guarderías o en residencias geriátricas, programas de asistencia a familias maltratadoras o negligentes en las pautas de crianza de sus hijos, programas preventivos del SIDA en adolescentes, programas de apoyo a familiares de jóvenes fallecidos por accidente, programas de relajación en deportistas, programas de socialización en centros penitenciarios, o en centros de acogida de menores, etc.  Sin duda, el espectro de ámbitos de aplicación es sumamente amplio.

 No completaríamos nuestro interés por la actividad cotidiana y su contexto sin referirnos a una multitud de programas en los que cualquier ciudadano puede hallarse involucrado. Ahora bien, no todos los programas presentan un perfil semejante. Tradicionalmente, durante largas décadas, únicamente se contemplaban las intervenciones “fuertes, es decir, aquéllas en las cuales se ejercía un dominio sobre la situación a evaluar, y se daban consignas a los usuarios del programa  con el fin de que su ejecución permitiera la implementación del programa según el plan previsto por los expertos. Sin embargo, cada vez es más incesante el incremento de programas que se implementan sin la imposición de consignas y en los contextos naturales y/o habituales para los usuarios del programa, aprovechando actividades espontáneas y/o habituales para ellos. En este caso nos referimos a programas de baja intensidad interventiva, y que son los propios de la actividad cotidiana.

 En la práctica, la evaluación de programas de intervención, y aparte de cuestiones ajenas de carácter político (Fernández Ballesteros, 1987), ha comportado la aparición de un buen número de problemas, en su gran parte de carácter metodológico, que no siempre han sido resueltos correctamente. Podemos afirmar con contundencia que en los diversos ámbitos del comportamiento humano considerado en sentido amplio (sanitario, escolar, deportivo, laboral, servicios sociales, etc.), las mayores lagunas, muchas no superadas, son de procedimiento, y no por falta de que se arbitren vías de solución, sino porque no se han llevado a la práctica.

 Ello se debe, en buena parte de los casos, a la complejidad que ofrece la realidad social en que se inserta la actividad cotidiana, en la cual los individuos o colectivos sometidos a programas de intervención no sólo no constituyen una realidad compacta, sino que la dinámica de los procesos seguidos no es uniforme, existen serias dudas sobre presuntas relaciones de causalidad, y en ocasiones resulta verdaderamente difícil una recogida de datos que cumpla todos los requisitos de rigurosidad requeridos.

 5.1. Criterios básicos

 El rápido desarrollo de los conocimientos y praxis de la evaluación ha incidido en los planteamientos metodológicos. Chelimsky (1995) insiste en la necesidad de utilizar complementariamente varias posibilidades metodológicas con el fin de que se logre un aumento de la eficacia.

 El esquema de partida  lo estructuramos en tres grandes dimensiones: Usuarios del programa, naturaleza de los datos, y momento temporal (Anguera, en preparación), que, respectivamente, se constituyen a modo de referentes desde una perspectiva metodológica: 1) A quiénes va dirigido el programa, ya que de lo contrario éste perdería su razón de ser, motivo por el que los usuarios ocupan el primer lugar. 2) Tipo de información que se obtiene, habitualmente de carácter cambiante a lo largo del proceso de implementación y en función de las diversas acciones que se llevan a cabo, por lo que la naturaleza de los datos es un referente obligado. 3) Carácter diacrónico del proceso de evaluación.

 A) Usuarios del programa

  Los usuarios del programa son los individuos en los que se detectó una necesidad y a quiénes van dirigidas las acciones del programa. Dicho en otros términos, y de forma genérica, son los ciudadanos a los que se implementa alguno de los programas a los que nos hemos referido, u otros. Habitualmente se trata de individuos que contestan las preguntas de las entrevistas, rellenan los cuestionarios, y, en algunos casos, aceptan que se observe su trabajo, o que no permiten ninguna de estas formas de obtención de información, en cuyo caso no será posible la evaluación del programa.

 El conjunto de personas al que se destina el proyecto se le denomina usuarios, población-objetivo, población-meta, grupo-meta, o grupo focal. Una vez establecida la población-objetivo y su localización espacial se pueden ya diferenciar los diferentes subcriterios desde los cuales se pueden fijar las características de los usuarios, así como delimitar el propio colectivo:

 a) Impacto del programa. Se pueden distinguir:

·      Usuarios directos: Individuo que recibe los efectos del programa sin mediación de ningún tipo. Por ejemplo, enfermo de cáncer que podría curarse al descubrirse un nuevo medicamento.

·      Usuarios indirectos: Reciben impactos positivos de la implementación del programa aún cuando su situación no se haya tenido en cuenta en la toma de decisiones. En el ejemplo anterior, serían los enfermos de cáncer que, al saber de la existencia de tratamiento, perderían miedo a la enfermedad. A su vez, podrían diferenciarse (Cohen y Franco, 1992) en legítimos (cuando su favorecimiento concuerda con el “espíritu” del programa) e ilegítimos (cuando el beneficio que se logra no era lo buscado con el programa).

·      Beneficiarios públicos: Cuando se beneficia toda la sociedad. Por ejemplo, en una campaña de vacunación contra la meningitis.

 

b) Nivel social. Es un subcriterio próximo a la implicación del usuario, aunque con matices diferenciales:

·      Usuario activo: Usuario que participa en las acciones del programa. Por ejemplo, anciano en residencia geriátrica que da ideas y organiza actividades pertenecientes al programa de ocio.

·      Usuario pasivo: Usuario sobre el que recaen las acciones del programa. Por ejemplo, bebés en centros de acogida.

·      Potencial usuario: En los programas que se dirigen a la población en general, como en muchos programas institucionales, o en otros de carácter más específico, depende de la propia voluntad del insividuo el que se adscriba o no a un programa. Por ejemplo, programas de deshabituación al tabaco.

·      Allegado: Con precaución cabría considerar la figura del(de los) individuo(s) que colabora(n) en la implementación del programa desde su posición de cercanía física y/o psicológica con el usuario.

c) Pluralidad. Caben varios niveles:

·      Un individuo. Por ejemplo, asistencia domiciliaria a personas de tercera edad.

·      Un grupo de individuos. Por ejemplo, programas de intervención en familias maltratadoras o negligentes.

·      Colectividad en general. Por ejemplo, programa de animación social en una población promovido por una ONG para conseguir un grupo de voluntariado. 

 

d) Cobertura y extensión de uso. Dado que buena parte de los proyectos sociales y sanitarios tienen cono objetivo suministrar servicios a un grupo focal, un concepto esencial es la materialización de la asistencia con que se resuelven las necesidades de los usuarios (Cohen y Franco, 1992). Los tres grandes pilares que permiten diferenciar la cobertura óptima y las patologías que se derivan de ella son: 1) que se haya efectuado una detección de necesidades a los usuarios, 2) que las características del programa se ajusten a los usuarios o población-objetivo, y 3) que sean usuarios del programa. La cobertura ideal se produce cuando se solapan totalmente los tres pilares, y las patologías que se derivan corresponden a las intersecciones parciales de cualesquiera dos de ellos (patología leve) o a los casos en que sólo se cumple uno (patología grave). 

 e) Selección. Nos hemos referido antes a las razones de diverso orden que impiden ajustarnos a unos requisitos metodológicos. Es cierto, en este sentido, que en muchas ocasiones no será posible un muestreo probabilístico, sea porque los usuarios de un determinado programa serán todos los sujetos en los que se ha detectado determinada necesidad (carácter censal del grupo de sujetos), o porque la incorporación al programa se realiza en función de la aparición del caso y mientras se cuente con recursos. No obstante, en algunas ocasiones, especialmente en programas institucionales dirigidos a amplios colectivos, y sin que pretendamos ser reduccionistas, sí cabe una selección muestral de usuarios, con el fin de que sobre esta base se puedan realizar inferencias a la totalidad de la población. Ello implica un grado medio de intervención (metodología selectiva) ya que existe elicitación de respuestas al usuario, puesto que debe aportar la información que se le pide, habitualmente se utilizan entrevistas, encuestas, o cuestionarios, y en todos estos casos -con matices entre ellos- el objetivo último es el manejo de datos cuantitativos, por lo que se deberá proceder previamente a una codificación de las respuestas, o a un análisis de contenido si se trata de items abiertos. En este caso la información se recoge únicamente sobre una fracción de la población, representativa de la misma, denominada muestra, cuyos elementos se determinan mediante algún diseño muestral de tipo probabilístico (Martínez Arias, 1995).

 B) Naturaleza de los datos

 Dada la amplia casuística de las acciones de un programa, los datos que se obtienen de los usuarios pueden tener variada naturaleza. Pueden contemplarse diversos criterios:

 A. Cualitativos/cuantitativo. Se trata de una cuestión que ha resultado ser altamente polémica (Alvira, 1983; Cook y Reichardt, 1986; Fernández-Ballesteros, 1995; Hernández López, 1995; Ianni y Orr, 1986; Trend, 1986), y de la que nos hemos ocupado anteriormente.  

 B) Según características del instrumento. Las técnicas de recogida de datos aportan datos de una u otra naturaleza, que guarda una relación -no absoluta- con el carácter del instrumento utilizado, cuestión que interactúa frecuentemente con el carácter cualitativo, cuantitativo o de complementación entre ellos.

 El evaluador dispone de una gama de técnicas de recogida de datos que comprenden desde las que requieren una interacción mínima con un programa (como medidas discretas o revisión de los datos archivados) a las que implican una moderada interacción personal con la situación (como escalas, tests y encuestas) y las que requieren una interacción activa con los usuarios del programa (como observación y entrevistas poco estructuradas).

 C. Sistema de registro. Sin perder la vinculación con los subcriterios anteriores, hay también que considerar la forma cómo se recoge la información (Hernández López, 1995), optando por un sistema escrito, oral, mecánico, automático, icónico, etc., que facilite su almacenamiento.

 El plano en que se sitúa el registro deberá permitir una necesaria elaboración posterior, y consecuentemente, la codificación hará posible la transformación de una información inicial, muchas veces narrativa, a un sistema de símbolos altamente estructurado y que permita un tratamiento cuantitativo.

 C) Momento temporal

 La tercera dimensión hace referencia a cuándo se lleva a cabo la recogida de datos, y las posibilidades más diferenciadas, al margen de que quepan diversas posiciones intermedias relativas a puntos de corte en el proceso de implementación, son:

 A. Puntual. La recogida de información tiene lugar sólo en un momento temporal, que suele ser una vez se terminó de implementar el programa. Habitualmente se utilizan instrumentos estándar para dar cuenta de los resultados.

 B. Seguimiento. El seguimiento o continuidad prospectiva sigue el curso de un proceso en la recogida de datos, y en cada fase del proceso cabe obtener y analizar los datos.

 Asimismo, cabe distinguir el seguimiento intersesional y el intrasesional:

· El seguimiento intersesional o extensivo se apoya únicamente en un análisis descriptivo de datos relativo a una serie o conjunto de sesiones a partir del parámetro frecuencia en la recogida de datos.   

· El seguimiento intrasesional o intensivo requiere el parámetro orden en la recogida de datos, no siendo suficiente el de frecuencia; no olvidemos en este sentido que los parámetros primarios frecuencia, orden y duración se vinculan entre sí mediante relaciones progresivas de inclusión.

Por supuesto cabe combinar ambos tipos de seguimiento (seguimiento intersesional-intrasesional).

C. Continuidad retrospectiva.Se plantea esencialmente un tiempo después de haber terminado la implementación de un programa. Es frecuente la evaluación retrospectiva en estudios de impacto (social y ambiental).

Los principales problemas que plantea se refieren a la validez de la información recogida:

·      Si es material de archivo, se pudo haber recogido mediante criterios distintos de los que ahora interesan para la evaluación.

·      Si se requieren informantes, o se recoge la información de los usuarios, la información elicitada puede estar afectgada de olvido, distorsión, o falta de contextualización adecuada por el tiempo transcurrido.

5.2. Diseños adaptativos

 Una de las primeras preocupaciones que plantea la evaluación de programas de baja intensidad debe ser la elaboración de un adecuado diseño, término que utilizamos desde su acepción no normativa, y por tanto sin que implique una construcción estándar. Entendemos el diseño en evaluación de programas de baja intensidad como la estrategia integral del proceso, y, en consecuencia, el curso de acción o secuencia de decisiones acerca de cómo recoger, organizar y analizar los datos de la actividad cotidiana que nos interesa, siempre subordinado, claro está, a la fijación de los objetivos del programa.

 Un programa de intervención, cualquiera de ellos, se halla estructurado sobre la base de un sistema de factores interrelacionados que actúan de una u otra forma en referencia al tiempo. Son menos frecuentes los casos en que interesa una evaluación de un programa de intervención realizada puntualmente en un momento determinado, ya que dicha instantánea cercenaría cualquier perspectiva de la dinámica del proceso, pero pueden resultar útiles como información insertada en determinados momentos de una intervención prolongada (Johanson, 1991); y son habituales los casos en que conviene conocer cómo actúan los usuarios de un programa a lo largo de una determinada continuidad temporal en su vida cotidiana.

 Son diversos los criterios que se pueden tomar como punto de referencia para establecer una casuística primero, y una taxonomía después, de los diseños evaluativos de baja intensidad (Anguera, 1991c) y llevar a cabo posteriormente su desarrollo sistemático. Tendremos en cuenta para ello, como se apuntó anteriormente, que la metodología de investigación más adecuada en estas situaciones es la observacional (sin olvidar su posible complementación con la selectiva).

 Lo ilustra el ejemplo siguiente: Si debemos evaluar un programa de rehabilitación de carácter cognitivo-conductual que se aplica en un centro adecuado a un grupo de personas de tercera edad con problemas de locomoción, y la intervención se focaliza en aspectos como estabilidad, equilibrio, etc., resulta más recomendable el uso de técnicas de registro que, de forma sistemática, sean capaces de dar una información adecuada al respecto. Y en este caso deberían elaborarse instrumentos ad hoc (sistemas de categorías o formatos de campo) que abarcasen el "universo" de conductas realizables en los ámbitos mencionados, para poder registrar tanto las concurrencias entre categorías o códigos de dichos sistemas (perspectiva multidimensional, por la confluencia de los sistemas unidimensionales) como su secuenciación, con el fin de estudiar la consistencia de las configuraciones de conductas registradas en ambos casos. Ello sugeriría como altamente recomendable un registro continuo en todas las sesiones previamente fijadas en función de los criterios de muestreo observacional que se arbitrasen, y a su vez, que el seguimiento se prolongase -mediante la fijación de las correspondientes sesiones de registro- con una cobertura temporal abarcadora de la estancia del usuario del programa en el centro de rehabilitación, dado que el concepto "rehabilitación", en aras al cual se interviene, no presenta un alcance o momento final delimitado como en el ejemplo anterior, y para tener garantía de su certeza (relación de causalidad entre la intervención y los efectos) se requerirían muchas más contrastaciones empíricas.

 De ahí que exista una indudable necesidad de estructuración en este ámbito, en el que deben fijarse las coordenadas básicas, para después incidir en aquellas cuestiones de carácter metodológico que supongan una optimización en el correspondiente diseño evaluativo. No es éste el momento de desarrollar toda la estructura que en la actualidad se ha elaborado acerca de estos diseños de baja intensidad interventiva, ni de enfatizar la tarea que aún queda pendiente en este sentido, pero sí juzgamos adecuado mencionar únicamente unas pautas básicas en las cuales, de forma adaptativa, sea posible situar cualquier estudio evaluativo de actividad cotididana.

 Además, debemos ser conscientes de que la Administración y múltiples instituciones se plantean como tarea obligada la evaluación de los programas que se implementan, y en la gran mayoría de los programas que seguimos en nuestra actividad cotididana la Administración (estatal, auronómica, local, o simplemente institucional) es la patrocinadora. Flota en la atmósfera el hecho de que se consumen recursos (que son públicos en el caso de la Administración, así como en el de numerosas instituciones), y ello conlleva además su forzosa evaluación por parte de los patrocinadores para dar cuenta de dichos recursos, tanto si son públicos como privados.

 Los dos criterios que entendemos más útiles para delimitar los diseños evaluativos de baja intensidad son:

 1) En primer lugar, un criterio básico es el carácter idiográfico o nomotético en función de los usuarios del programa de intervención. No siempre adquiere la misma relevancia, pero plantea importantes cuestiones a nivel metodológico (Posavac & Carey, 1986) según se trate de sujetos individualmente considerados o de una colectividad (o muestra representativa de ella), si atendemos a la propuesta clásica de Allport (1942) en relación a los términos idiográfico vs. nomotético.          

 Ahora bien, a tal propuesta se han incorporado variantes adaptativas a las diversas situaciones evaluativas:

 a. Se considerarán también como idiográficos estudios que amplían o restringen la propuesta clásica consistente en un individuo. Por una parte, entre los primeros se hallarán todos aquellos casos en que los usuarios son varios individuos entre los cuales existe un criterio de afinidad, agrupación, o reglas del juego a seguir; por ejemplo, un programa de intervención familiar, independientemente de cuántas personas componen aquella unidad familiar. Y, por otra parte, los que restringen el concepto clásico de idiográfico se centran en un solo nivel de respuesta, sea de un individuo único, o de varios; por ejemplo, si consideramos únicamente el nivel de conducta verbal, y evaluamos la resolución de un conflicto entre miembros de una familia a partir de la discusión de los respectivos puntos de vista y balance entre pros y contras de cada opción de solución.

 b. Nomotéticas serán también aquellas variantes en que, independientemente de que tengamos un usuario o un grupo de usuarios,  interesan varios niveles de respuesta. Así, en un programa de atención psicológica a enfermos infartados y sus familiares interesan los niveles de respuesta verbal y no verbal. Luego, nomotéticos serán todos aquellos diseños evaluativos en que se configura un elemento de pluralidad de unidades, sean individuos (propuesta clásica) o niveles de respuesta (variante posteriormente introducida).

      Una vez delimitado el número de participantes en un estudio evaluativo (individuos sobre los que se interviene), el evaluador deberá decidir si todos deberán formar parte o no de la correspondiente evaluación, o incluso vincular esta decisión a distintas fases del proceso.

 Los principales argumentos a favor de la inclusión del colectivo completo o de una muestra representativa del mismo son de índole metodológica (análisis de los efectos en toda la cobertura relativa a personal), pero también ética, y, en ocasiones, política. Así, en centros asistenciales infantiles (Chacón y López, 1993, 1995); o bien si un centro hospitalario ofrece una unidad de atención psicológica a enfermos infartados por segunda vez, y es mayor la demanda que el número de plazas que puede cubrir el servicio, ¿se podría hablar de un criterio más “ético” que otros?, ¿cabe, desde los principios éticos, extraer una muestra representativa cuando todo el colectivo presenta un mismo tipo de necesidad demandada?

 No faltan tampoco argumentos para el estudio evaluativo de los efectos de un programa en fases diferenciadas, de forma que a un primer análisis efectuado de forma nomotética le sigue un segundo basado en el estudio de sujetos individuales. La perspectiva idiográfica, desde la expansión e incidencia actual de la Psicología de las diferencias individuales, está alcanzando una gran relevancia en la implementación y evaluación de programas sociales y sanitarios. Cada vez los profesionales son más sensibles a la consideración diferencial de sujetos que por su trayectoria vivida (circunstancias personales, "event-life", rasgos de personalidad, etc.), requieren un análisis específico e individualizado de los efectos de un determinado programa de intervención. Pensemos en niños con transtornos comportamentales en el aula y con historias de vida absolutamente distintas (Herrero, 1989), o en enfermos con repetidos infartos que tenían muy diferente nivel de calidad de vida (Tuset, 1990), o en internos penitenciarios que cumplen una condena de igual duración a partir de un historial personal y delictivo completamente distinto (Redondo, 1992), o en deportistas que presentan determinadas peculiaridades en sus tácticas de juego (Hernández Mendo y Anguera, 1998).

2) Temporalidad del registro. La configuración básica de los diseños diacrónicos se articula además en torno a este criterio, que permite distinguir entre registro puntual y seguimiento. El registro puntual permitirá realizar un análisis de la situación en un momento dado en el tiempo, mientras que el seguimiento implica disponer de un determinado número de sesiones a lo largo del período de implementación del programa.

 Este criterio permite tener también en cuenta el punto de partida (previo, durante, o después de la aplicación de la intervención, o, expresado en otros términos, de la implementación del programa), y el periodo de cobertura en la recogida de datos (hasta el fin de la intervención, seguimientos puntuales periódicos hasta un determinado momento, idem con un seguimiento continuo, etc.).

 Es muy fácil argumentar cuál es el óptimo o ideal, partiendo del presupuesto de la existencia de recursos suficientes: Evidentemente, desde antes del inicio de la intervención, durante el tiempo que implique su puesta en práctica, y efectuando un seguimiento posterior a medio o largo plazo que posibilite un análisis riguroso de los efectos del programa.   

  Ahora bien, las distintas posibilidades que implica el barajar estos elementos, la necesidad de adecuarse a recursos generalmente limitados (Fienberg & Tanur, 1987), y la propia naturaleza de la intervención, deben dar lugar a las decisiones relativas al registro (cómo, desde cuándo, hasta cuándo, con qué periodicidad, con qué garantías en la formación del personal que participa en la evaluación, etc., en el más amplio sentido del término (Blanco y Anguera, 1991).

 Finalmente, será conveniente distinguir, en este criterio relativo al carácter continuo o discreto de la observación a lo largo del tiempo, entre la recogida de datos actuales (Plewis, 1985), y los retrospectivos (Holland & Rubin, 1988), como por ejemplo los referidos a material de archivo, tanto si se trata de datos censales o estadísticos, como de protocolos o informes personales (autobiográficos o realizados por terceras personas), siempre que se mantenga la homogeneidad de los criterios seguidos en su recogida y, en su caso, codificación (como categorías en un análisis de contenido de autoinformes), y no entorpezca su utilización el tan frecuente problema de los missing data (Little & Rubin, 1987).

 En la Figura 1 se expresan gráficamente los cuadrantes resultantes, de los cuales, los I, III y IV darán lugar, respectivamente, a los diseños diacrónicos, sincrónicos y mixtos:

Idiográfico

 

 

 

                                II

 

 

 

Puntual

 

 

I

DISEÑOS

DIACRÓNICOS

 

 

                                                   Seguimiento

 

 

 

III

DISEÑOS

SINCRÓNICOS

 

 

 

IV

DISEÑOS

MIXTOS O LAG-LOG

 

Nomotético

 Figura 1. Diseños evaluativos de baja intensidad: Tipos básicos.

 Limitaciones de espacio no nos permiten desarrollar cada uno de estos diseños evaluativos de baja intensidad interventiva, pero sí queremos finalizar diciendo que la amplia casuística existente en actividad cotidiana se puede ubicar en su totalidad en los cuadrantes I, III y IV. Cada uno de estos grandes tipos de diseños da lugar, a su vez, a otros diseños más específicos en función de diversos criterios[6], y nos interesa destacar especialmente que en todos ellos –que se apoyarán en los datos obtenidos en la fase inicial mediante la metodología cualitativa- se implican unos análisis cuantitativos depurados que aportarán la respuesta relativa a la eficacia del programa evaluativo que se trata de evaluar.

 En cualquier caso, el anverso y reverso de la moneda está servido: Flexibilidad adaptativa a la situación evaluativa, por una parte, y gran rigor metodológico, por otra.

 5.3. Conflictos entre la praxis y los requisitos metodológicos

 La evaluación de programas de baja intensidad interventiva implementados en algún ámbito de actividad cotidiana se desarrolla a lo largo de un proceso lógico que sustancialmente no difiere del proceso de investigación en un ámbito aplicado, en que se cuenta con una realidad compleja, pero tangible, en programas en que se implementan acciones que a veces no se ajustan al calendario, o que no se ejecutan por igual en todos los sujetos, pero en dónde el qué, el cómo y el cuándo son registrables. El sector de la actividad cotidiana en que se ubica la necesidad, las características del entorno en que se enclava, y la propia naturaleza de la carencia condicionan la amplia casuística de programas, y sobre todo, les imponen fuertes limitaciones que chocan frontalmente con los requisitos que impone el rigor del método científico.

 Presentamos a continuación una relación de puntos de colisión habituales entre los requisitos metodológicos y la deformación que se tiende a producir en la realidad, propiciado por la rutina, las dificultades reales que ofrece la praxis diaria, y, en definitiva, bajo el amparo de la Administración y las instituciones. Con ello pretendemos únicamente poner en dedo en la llaga de múltiples desajustes que se están produciendo en nuestros días, en cualquier población de nuestro país, y a los que cualquier ciudadano estamos expuestos en nuestra actividad cotidiana (Anguera, en prensa). Por suerte, no se producen todos ellos ni siempre ni en cualquier evaluación de programas, pero están ahí, constituyendo un reto pendiente de solución:

 A. Detección y priorización de necesidades. Todo programa se elabora –mediante el concurso de expertos- a partir de una previa detección de necesidades o carencias. La detección de necesidades dispone de sus propias técnicas de objetivación, pero está en muchas ocasiones sesgada por un especial interés “direccionado” de la Administración y/o las instituciones en priorizar aquellos ámbitos de actuación en los que mejor pueden “lucirse” con posterioridad; una ocasión propicia para ello la hallamos cuando se acude a determinados informantes-clave haciendo uso de una de las técnicas posibles para la detección de necesidades. Asimismo, la priorización de necesidades debería efectuarse en función de los informes de los técnicos, de manera que estableciera una gradación en cuanto a intensidad de las carencias detectadas; pero son los políticos los que ordenan de forma priorizada tales necesidades, con la tentación de actuar con miras electoralistas.

 B.Evaluación de resultados vs. de proceso. La evaluación de resultados ha sido tradicionalmente el modelo evaluativo (evaluación sumativa) en que se han basado la Administración y las instituciones de muchos países europeos hasta la década de los ochenta, y todavía es seguido parcialmente en España. Metodológicamente presenta el grave problema de que la implementación del programa actúa como una “caja negra”, ya que no se someten a evaluación más que los resultados finales, con el consiguiente riesgo que conlleva la debilidad inherente a errores cometidos en cualquier momento del proceso, versus las ventajas de una evaluación de proceso (evaluación formativa), en la cual cada fase se evalúa. 

 C. Selección de usuarios. En los manuales metodológicos, y simplificando mucho, se insiste en la práctica –casi podríamos decir que se fuerza a su opción- del muestreo probabilístico si se opta por una vía deductiva, y por tanto, siempre que nos situemos bajo la cobertura de un marco teórico consolidado. Este muestreo probabilístico, por ser equiprobable, además de representativo, ¿garantizaría el componente de equidad en los potenciales usuarios?, ¿cómo los funcionarios de una determinada Administración deciden los usuarios de un programa? En el momento en que bajamos a la arena de lo cotidiano en evaluación de programas, si tenemos que evaluar un programa domiciliario de atención geriátrica se descarta de entrada una respuesta afirmativa, ya que serán los propios usuarios, o sus allegados, o los responsables de Servicios Sociales de la zona, los que tratarán de recabar la adscripción al programa. Aquí no cabe de plano el muestreo probabilístico (los distintos casos no son equiproblables, ni se eligen al azar, y ni siquiera se puede afirmar, al menos de forma general, que sean representativos del colectivo afectado por la necesidad), independientemente de que exista o no un determinado marco teórico relativo al problema y a su probable intervención, e independientemente también de que existan suficientes recursos (humanos, temporales, económicos, etc.) para que todos ellos sean atendidos. En consecuencia, no podemos hablar de equidad desde el mismo momento en que se plantease una selección mediante muestreo probabilístico de usuarios.

 D.Uso de instrumentos. La tendencia habitual que se ha seguido por la Administración y las instituciones ha sido la de utilizar instrumentos preexistentes, incluso en aquellos casos en que resulta forzada o incluso inadecuada la adecuación de su uso. No siempre se tienen en cuenta las garantías métricas, y frecuentemente, en lugar de elaborar instrumentos específicos ad hoc, se llevan a cabo traducciones simples de instrumentos baremados en otros países. Además, en muchos programas de baja intensidad la intervención se efectúa en contextos naturales, en donde debe recogerse información en forma de registros de conducta o de material documental, y en estos casos, resulta imprescindible la elaboración de un instrumento ad hoc (especialmente en forma de sistemas de categorías y de formatos de campo), lo cual no se tiene en cuenta en numerosas ocasiones, forzándose el uso de otros instrumentos ya elaborados que carecerán, en consecuencia, del carácter sumamente específico que se requiere.

 E. Elaboración de estándares de calidad. En la actualidad se ha ido imponiendo la elaboración de estándares de calidad, pero sólo se logra satisfactoriamente en pocas ocasiones. En muchas instituciones se apuesta en este sentido, pero se carece de la necesaria formación de los profesionales para lograrlo con éxito, obteniéndose unos estándares sesgados y sin la suficiente garantía como tales.

 F. Monitorización de casos. La monitorización de casos implica una atención continuada a la implementación adaptada del programa, así como a la recogida de datos y al “ritmo” propio de cada uno de los usuarios en su actividad cotidiana, frente a unas pautas habitualmente más rígidas que se propician desde la Administración y las instituciones. Si pensamos, por ejemplo, en un programa de atención domiciliaria a la tercera edad, deberemos introducir la necesaria flexibilidad en cada uno de los usuarios atendidos para lograr una adecuada adaptación a la especificidad de aquel caso concreto.

 G.Equilibrio entre eficacia/eficiencia/equidad. Estos tres componentes de la evaluación constituyen un triángulo entre cuyos vértices habitualmente se establece una tensión importante. La equidad en muchas ocasiones colisiona con la eficacia, y, de forma más sutil, ésta con la eficiencia. Si en una Comunidad Autónoma se decide adquirir un equipo quirúrgico de elevada especialización en unidades de vigilancia intensiva, de forma que se prevea un grado muy elevado de eficacia, ¿dónde se instala? Con toda seguridad la equidad es utópica en este caso, ya que a algunos ciudadanos les será muy fácil por cercanía el ingreso en el centro en que se instale, mientras que a otros el acceso resultará más complicado.

 H. Evaluación económica de costo-utilidad. La evaluación económica completa de programas se asentaba esencialmente en el costo-eficacia y en el costo-beneficio, sin considerar en ningún momento el feed-back del usuario, al que la Administración y las instituciones no le “oían”. Por suerte, en estos últimos años ha ganado terreno el análisis económico de costo-utilidad, en donde la satisfacción del usuario-ciudadano se tiene en cuenta y se operativiza, pudiendo incidir en la progresiva implementación del programa.

  

6. Epílogo: ¿Realidad actual de la metodología o reto para el futuro?

 Es momento de hacer balance, de reflexionar críticamente, y de analizar las vicisitudes que ha supuesto la evaluación de la actividad cotididana y su contexto, partiendo de la realidad histórica de que durante el último cuarto de siglo hemos podido asistir a escenarios y valoraciones muy diversas sobre el fondo y la forma.

 El fondo o ámbito sustantivo ha sido juzgado como irrelevante en muchas ocasiones, objetivo plano al que no valía la pena dedicarle esfuerzos, pero que paulatinamente ha adquirido vitalidad y consistencia. Por suerte, cada vez son más los estudios, artículos en publicaciones periódicas, comunicaciones en eventos científicos nacionales e internacionales, y proyectos en los cuales diversas situaciones propias de la vida cotididana, o, expresado en otros términos, evaluación del comportamiento en contextos naturales o habituales, interesan cada vez en mayor medida a científicos, profesionales y Administraciones diversas. La edad de oro de estudios realizados en un marco artificial ha dado paso a objetivos mucho más humildes –la cotidianeidad no aparece reseñada en los Tesauros o directorios- pero a la vez mucho más grandes si medimos su relevancia desde criterios sociales, éticos y metodológicos.

 En cuanto al procedimiento o forma de llevar a cabo este tipo de estudios, podemos congratularnos de una legítima satisfacción si tenemos en cuenta las metas alcanzadas y la experiencia adquirida en investigaciones diversas. Constituyen ya un elenco relevante los ámbitos diversos de la cotidianeidad que han sido evaluados mediante un buen número de programas de baja intensidad interventiva, y gracias a ellos, se ha dotado a la metodología de elementos, técnicas y recursos que incrementan potencialmente la validez de sus resultados.

 Pero no está ni mucho menos completada la tarea, que sigue siendo un reto para el futuro. Existen diversas cuestiones pendientes, como la inclusión de moduladores en el sistema de categorías, o el desarrollo analítico de los 24 diseños mixtos o lag-log, por citar algunas, que necesitan aún dedicación para que produzcan sus frutos. La depuración metodológica es una realidad tangible en muchos aspectos, pero constituye igualmente un reto para el futuro que hay que vencer. La objetividad y rigurosidad sin concesiones en estudios sumamente complejos por su propia naturaleza debe fructificar en pos del avance del conocimiento, sin duda, pero también y especialmente, revirtiendo en beneficio de la sociedad y de los ciudadanos que la conforman.    

 

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[1]Son muy significativas en este sentido las palabras de Proshansky & Altman (1979, p. 16): "Then the descriptive properties and relationships of person-environment transactions must be established by means of systematic observation and other forms of unobtrusive recordings of these events and their changes over time".

[2] No se cumple en los casos en que se obtiene un registro de conducta mediante la observación directa.

[3] Si cotejamos los dos tipos de instrumentos –sistema de categorías (SC) y formatos de campo (FC)-, las principales diferencias entre ellos son:

a) El SC es de difícil utilización en situaciones complejas, en las cuales no ofrece problema el FC.

b) El FC se puede elaborar en ausencia de marco teórico, y por tanto en situaciones empíricas, mientras que el SC requiere marco conceptual y datos de la realidad.

c) El FC es un sistema abierto (se pueden añadir códigos una vez se ha iniciado su utilización), lo que contrasta con la rigidez del SC.

d) El SC es unidimensional, mientras que el FC es multidimensional.

e) El SC es un sistema de código único, mientras que el FC es de código múltiple.

f) El SC, una vez elaborado, es rígido, mientras que el FC tiene una elevada capacidad de autorregulación.

[4] Nos limitamos a unas rápidas y breves pinceladas sobre el proceso a seguir, el cual se vertebra en cuatro grandes fases:

a) Correcta delimitación de la(s) conducta(s) y situación de observación. La acotación del objeto de estudio y una delimitación precisa de su contenido determinan en gran medida el éxito del estudio y facilitan la toma de decisiones. Resulta obvio que se precisa delimitar cuidadosamente la actividad cotodoana de qué se trate, el período de tiempo que interesa, el(los) individuo(s) sobre los que se trabaja, y el contexto situacional. Toda la planificación y diseño del estudio no sólo mejoran sensiblemente al disponer de esta información, sino que ésta se revela como absolutamente necesaria para adecuar la serie de pasos específicos del procedimiento al contenido. De forma especial, en esta primera fase resulta imprescindible el cumplimiento de requisitos de homogeneidad inter e intrasesional, ya que una de las más acertadas críticas a la metodología observacional en su época clásica (hasta la década de los ochenta) se basaba en que la heterogeneidad existente entre diversas sesiones o incluso en el transcurso de una de ellas impedían cualquier posible análisis del proceso sometido a estudio. Asimismo, se planteará la evitación de sesgos, especialmente los de reactividad y expectancia.

b) Recogida y optimización de datos. El flujo de conducta en cualquier situación de observación es mucho más rico de lo que parece inicialmente, por lo que, una vez delimitado el objetivo según el apartado anterior, será preciso proceder a la codificación de las conductas que interesan, habiendo fijado cuáles son las unidades de conducta, y habiendo construído un instrumento ad hoc. No obstante, el registro que así se obtendría podría ser muy tosco y de baja calidad según cuestiones tan diversas como el criterio de inicio de las sesiones de observación, el que se eligiera discrecionalmente un día u otro, la existencia de períodos intrasesionales de inobservabilidad, el que durante la sesión se registrase de forma continua o por intervalos, la posible desincronización de los observadores en caso de haber varios o habiéndose grabado la sesión, la falta de consistencia de un observador consigo mismo por efecto del azar, y un largo etcétera. Luego se precisa someter el registro a los requisitos derivados del muestreo observacional y a un control de calidad de los datos, que actuará a modo de filtro y dotará al observador de unas garantías sobre los datos que harán factible el análisis posterior. Se manifiesta en este apartado la viva polémica a la que nos hemos referido, y que en los últimos años ha tratado de dicotomizar las metodologías entre cualitativa y cuantitativa: Si se propone la cuantificación es precisamente porque el mero registro de conducta como forma de recogida de datos en observación directa es, por naturaleza, cualitativo. Fuera del marco de la metodología cualitativa queda desnaturalizado el concepto de la metodología observacional, ya que no serían posibles las operaciones que la sustentan, del mismo modo que es de justicia constatar claramente que el control de la calidad del dato y el análisis posterior de dicho dato requerirá de la contribución de “lo” cuantitativo.

c) Análisis de datos. No tendría ningún sentido realizar un análisis de datos sin hallarse vertebrado en un diseño determinado elaborado en función del estudio que interesa. Y decimos elaborado porque existen diseños estándar u no estándar, según, respectivamente, que se adapte o no el plan de investigación a algunos de los diseños que existen preestablecidos como tales. Es en metodología experimental en donde existe un amplio elenco de diseños estándar (factoriales, intrasujeto, jerárquicos, etc.), mientras que la flexibilidad propia de la metodología observacional y su especificidad impiden el uso de diseños prototipo, por lo que, si bien marcaremos unas pautas básicas de diseño (diseños diacrónicos, sincrónicos, y diacrónico/sincrónicos), éstos no son reactivos para el estudio de la actividad cotidiana y su contexto, y, en cambio, sí sugieren unos determinados análisis de datos que resultan especialmente adecuados por sus características.

d) Interpretación de resultados. El análisis de datos aboca directamente a la obtención de resultados, que constituyen la respuesta al objeto de estudio, y, en consecuencia, deben ponerse en relación con el planteamiento del problema que hizo en su día el profesional encargado de su estudio. Lo que ahora se obtiene es el resultado del proceso, que, en determinadas ocasiones, puede constituir un punto de partida o base para iniciar una intervención, o adoptar una serie de decisiones.

[5] El tipo o modalidad de descripción en el registro de conducta repercute de forma determinante. No existe criterio unánime en la literatura especializada, pero se ha ido imponiendo el criterio de los etólogos. Así, Lehner (1979) distingue entre descripción empírica o topográfica y descripción funcional, que corresponden, respectivamente, a la "descripción por operación" y "descripción por consecuencia". Las categorías obtenidas a partir de una descripción topográfica intentan simplemente catalogar conductas -generalmente motoras- con finalidad normativa, y no es muy habitual en psicología, aunque sí en etología. Un ejemplo sería la lista suministrada por McGrew (que aparece en el apéndice de Hutt & Hutt, 1970) de 111 conductas motoras de niños en una guardería. Por otra parte, las descripciones funcionales suministran información que puede resultar más valiosa, pero que implica más inferencia por parte del observador, así como más suposiciones implícitas al elaborar las categorías. Por ejemplo, nadar, montar a caballo, etc.

Con un ligero matiz diferencial, Martin & Bateson (1992) proponen tres tipos de descripción: a) Descripción de la estructura, apariencia, forma física o pautas temporales de la conducta. La conducta se describe en términos de postura y movimientos de los sujetos, pudiendo alcanzar un gran detalle, y requiriéndose de la capacidad y habilidad del observador para percibir sutiles diferencias. b) Descripción en función de las consecuencias, o efectos de la conducta en el contexto (en sentido amplio, abarcando tanto a otros sujetos como a objetos materiales, como a la especial disposición en que se hallan) en el que se produce su ocurrencia, o en el propio sujeto que la emite, aunque sin referencia a cómo se producen tales efectos. Así, categorías como "obtener alimento" o "esquivar a un sujeto" serían un claro ejemplo. Su diferenciación de la anterior es clara, y en este sentido, no hay duda de que "apagar la luz" es una descripción en términos de consecuencias, mientras que "apretar con el dedo la pequeña placa saliente del interruptor" es una descripción estructural. c) Una tercera forma de descripción se efectúa en términos de la relación espacial entre sujetos en un determinado entorno, por lo que el énfasis se halla no en lo qué hace el sujeto, sino dónde y con quién. Por ejemplo, "aproximarse" o "salir" se pueden definir en términos de cambios en la relación espacial entre dos sujetos.

Desde una consideración cercana al grado de implicación del observador, también se distingue entre descripción ética (Coll, 1981; Headland, Pike & Harris, 1990), que tiene un indudable carácter externo, objetivo y exhaustivo, haciendo referencia a categorías previamente explicitadas en donde no actúa una selección de lo relevante y todos los detalles tienen igual importancia, y una descripción émica, que se sitúa en un nivel de identificación y precisión de las categorías significantes para el sujeto, y que se lograría intentando componer y relacionar las informaciones éticas extraidas por el observador.

Si se dispone de una flexibilidad en los niveles descriptivos más adecuados, de forma que exista una gradación continuada que incluya una gama de niveles descriptivos intermedios no situados en los extremos de posiciones bipolares, será mayor el ajuste y la articulación entre percepción e interpretación, con lo cual resulta beneficiada la calidad del registro observacional. Podria argüirse en contra que aumentaría la complejidad en la codificación y posterior análisis, pero ello puede solventarse adecuadamente si se hace uso adecuado de los parámetros observacionales establecidos y se lleva a cabo un tipo de análisis que se adecúe a los datos recogidos.

En buena parte de los casos, la inclusión en un mismo registro de varios niveles descriptivos daría lugar a la superposición de diversas unidades y de cubrir el "continuum" de conducta, lo cual permitirá establecer una convergencia entre diferentes tipos de análisis (Blanco, 1983).

[6] Así, los diseños diacrónicos pueden ser extensivos –y éstos, a su vez, de panel, de tendencia, de series de tiempo- e intensivos –que se desglosan, a su vez, en secuenciales y de coordenadas polares; los diseños sincrónicos pueden ser simétricos y asimétricos; y los mixtos o lag-log dan lugar, a su vez, a veinticuatro diseños, que se obtienen en función del carácter extensivo vs. intensivo del diseño, combinación del número de usuarios con el de niveles de actuación o de respuesta, y naturaleza del tipo de relación entre unidades.